Page 15 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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Los orígenes de la
arqueología moderna :
el anticuarismo Gloria Mora, Universidad Autónoma de Madrid
El término « arqueología » no puede aplicarse con propiedad hasta la se- gunda mitad del siglo XIX, cuando los estudios sobre los restos materiales del pasado se profesionalizan al inte- grarse primero en la Escuela Superior de Diplomática, fundada en 1856, y
después en la Universidad en 1900. Durante toda la Edad Moderna el término comúnmente utilizado es el de «anticuaria», entendiendo por tal el conjunto de es- tudios centrados en la recopilación y análisis de estos vestigios de la Antigüedad —fundamentalmente ins- cripciones y monedas, pero también escultura y pintu- ra, monumentos y objetos de la vida cotidiana— con el fin de suplir las carencias o despejar las ambigüedades de las fuentes historiográficas.
Suele situarse el comienzo de la historia de la ar- queología en España a finales del siglo XV con Elio An- tonio de Nebrija, «debelador de la barbarie», quien in- trodujo en España la nueva consideración de los vetera vestigia de la Antigüedad clásica como fuentes para la Historia difundida por Petrarca y otros humanistas ita- lianos. Designado primer cronista real en 1490, se ocu- pó de la historia antigua de España y de sus monumen- tos no solo como muestras de la grandeza de España, sino también con el objetivo de presentar argumentos que legitimaran la unificación de los reinos por los Re- yes Católicos, tomando como modelo el Imperio Ro- mano. Fue el primero también en estudiar las ruinas de Mérida y de su patria, Lebrija, recorrió la Vía de la Plata para averiguar la distancia exacta de la milla romana y disertó en sus lectiones en la Universidad de Salaman- ca sobre Numismática.
Las ruinas eran parte del paisaje histórico y geo- gráfico de España, testimonios de la dominación de otros pueblos cuya importancia se intentó en algunos casos, o en algunas épocas, minimizar. De ahí el trata- miento despectivo que generalmente dan los cronistas a la presencia de griegos y fenicios o incluso romanos;
para Florián de Ocampo, cronista de Carlos V, estos pueblos fueron meros accidentes en la milenaria histo- ria de la población y la monarquía de España, que se remontaba a tiempos bíblicos (con Túbal, nieto de Noé) y mitológicos (con los trabajos de Hércules), en consonancia con las genealogías inventadas por Annio de Viterbo para Isabel y Fernando. Pero ya con anterio- ridad a los trabajos de Nebrija las antigüedades y los monumentos hispanos estaban presentes en la histo- riografía, tanto cristiana como islámica: eran la prueba visible de un pasado prestigioso y remoto y podían ser utilizados como argumento para afianzar el poder, tal como ocurre en la Estoria General de España elabora- da en el taller historiográfico de Alfonso X el Sabio en torno a 1271 con el propósito de defender —en razón de esa misma antigüedad— sus pretensiones al trono del Sacro Imperio Romano Germánico.
Pero es en el siglo XVI cuando podemos constatar en España, como en otros lugares de Europa, un interés sistemático por coleccionar y estudiar los vestigios de la Antigüedad considerados como testimonios del pasado y, por tanto, como fuentes de conocimiento histórico. El gran humanista Antonio Agustín, considerado padre de la Numismática (y el primero en estudiar la moneda hispánica), resumía este sentir en el décimo de sus Diá- logos de medallas, de 1587, al afirmar que concedía más valor a las monedas e inscripciones que a los escritos de los historiadores. Es decir, estos materiales, por su ca- rácter objetivo, eran fuentes más fidedignas que las obras de los autores clásicos, impregnadas de subjetivi- dad y parcialidad. ¿De dónde procedían estos objetos? Hasta mediados del siglo XVIII no comenzaron a hacer- se excavaciones planificadas y sistemáticas, por lo que las piezas antiguas atesoradas, apreciadas y estudiadas por coleccionistas del XVI y del XVII eran fruto de hallaz- gos fortuitos, compras en el floreciente comercio de arte y antigüedades o regalos, llegando a desempeñar incluso un papel importante en los acuerdos diplomáti- cos. Un caso especial es el del coleccionismo de escultu-
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