Page 76 - Fernando Sinaga. Ideas K
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5. Fernando Sinaga, «Solve et Coagula», op. cit., p. 62.
6. Theodor W. Adorno, Dialéctica negativa, en La jerga de la autenticidad. Obra completa, 6, Madrid: Akal, 2005, pp. 9-10.
7. Ibid., p. 155.
sólido se desvanece en el aire», o ese otro «hacer sólido lo etéreo sin pasar por el estado líquido»,5 para afirmar el continuo movimiento de la materia (incluyendo la quietud o el estatismo como una forma de movimiento). La disolución es una metáfora, pero igualmente es un proceso químico que no necesariamente equivale a la «síntesis» en el hegelianismo; todo fluye
y está sujeto al cambio, no hay reposo en lo estático y hay calma en la velocidad. Pero esta dialéctica no funciona ya según la otrora caricaturi- zada tríada que ni el propio Hegel tomaba en serio y que desemboca en la síntesis como negación de la negación, sino que más bien, y en su mejor versión, aprehende la historia como un eterno juego de contradicciones irresueltas, abiertas a ser negadas una y otra vez, indefinidamente. No hay síntesis, ni disolución (tampoco la hay en una forma última salida entre la elección del minimalismo y el reduccionismo, y la transcendencia metafí- sica, o entre escultura y escritura, entre literatura y filosofía), sino que más bien se da una dialéctica negativa que no busca una reunión entre opues- tos sino que prefiere dejar las contradicciones en toda su crudeza, en una clase de pensamiento que hiciera decir a Walter Benjamin (a propósito de la lectura de Sobre la metacrítica de la teoría del conocimiento de Adorno) que «se debe atravesar el helado desierto de la abstracción para alcanzar convincentemente el filosofar concreto».6 Entonces el pensamiento no puede nunca encapsular su objeto o se abstiene de establecer plenamente la identidad de los objetos. Pero si la disolución y la coagulación en Sinaga son metáforas a las que regresa una y otra vez, no lo es menos que ambas representan aquellos procesos propios de la dialéctica. Entre disolverse
o no disolverse, o entre la identidad y la no-identidad estriba la cuestión, advirtiéndonos Adorno que «el pensamiento que se ha extraviado en la identidad capitula fácilmente ante lo indisoluble y hace de la indisolubilidad del objeto un tabú para el sujeto, el cual, irracionalista o cientifistamente, debe moderarse, no ocuparse de lo que no se le asemeja».7
Pero la opacidad del pensamiento necesita de un persistente velar por
el sentido ausente; la escultura es, entonces, el territorio de la filosofía o un terreno abonado al filosofar; es, en un doble gesto, a la vez operación mental y material, un «ir a donde no sabes». La intensidad en la escultura, su «ansiedad y deseo» es la posibilidad misma de pensar su movimiento aún en tanto objetos «inertes». Lo que subyace aquí no es la acumulación de significado a partir de decenas de obras, sino esa categoría holística que esboza la totalidad (y donde lo fragmentario y lo azaroso tienen lugar), que es a la vez el pensamiento como forma. Aquí la sombra de Adorno vuelve a asomarse, quien insistiera implacablemente en la necesi- dad de las obras de arte modernas y el pensamiento de ser arduas, y él
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