Page 233 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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The Daily Mail y The Daily Telegraph. En 1936, Jerrold estuvo mezclado en el asunto del Dragon Rapide y era, también, católico y profundamente re- accionario. Entre 1931 y 1935 fue director de una publicación periódica, The English Review, en torno a la cual se situaban intelectuales que habían declarado la guerra a las consecuencias de la Ilustración y de la Revolución francesa.
Jerrold había tenido un encuentro con el exrey Alfonso XIII en el otoño de 1931 del que trazó un retrato muy positivo, Sus opiniones sobre la Repú- blica fueron no solo extraordinariamente negativas, sino también grotescas. Denunció, por ejemplo, un supuesto acuerdo entre el Gobierno republica- no-socialista y el Partido Comunista (PCE), de resultas del cual se toleró la quema de iglesias.
Al igual que sus contrapartes franceses, argumentaba que la República se había basado en una infame mentira y que se mantenía gracias al uso de la fuerza y el cinismo de sus repetidos fraudes. Su objetivo era la destrucción a sangre fría de una gran civilización, y como también había señalado el opúsculo, con el beneplácito de los gánsteres moscovitas11.
Conclusiones
No puedo llegar a una conclusión negativa sobre la línea seguida durante el primer bienio contra los bulos azuzados por los conspiradores monár- quicos y los que, por otra parte, vehiculaban sectores de la prensa inter- nacional que seguían los acontecimientos de España. Tanto Herbette como Grahame clamaron en sus despachos contra las distorsiones que en París o Londres publicaban los periódicos. En el caso del segundo, inclu- so el venerable The Times. Con la perspectiva actual y en medio de la proliferación de falsas noticias, amplificada por las redes sociales, es fácil caer en una visión ahistórica.
La batalla política de la época se daba en España y había que ganarla, o perderla, en España. Otra cosa es que, años más tarde, un sector de la opinión pública francesa (o inglesa) de derechas hizo frente con una agresividad poco común a la posibilidad de que los respectivos gobier- nos pudieran ayudar a la República. La situación era muy distinta y administraciones que no le habían mostrado malevolencia alguna pre- firieron dejarla en la estacada por razones varias. Entre ellas, el respeto a su propia opinión pública no tuvo necesariamente un papel esencial, aunque desde luego sea innegable. Cuando en marzo de 1938 Léon Blum se decidió a dejar de lado la política de no intervención, lo hizo sin consultar a los británicos, y estos solo le dijeron que, por favor, no lo destacara públicamente.
11 García, Hugo, op. cit., p. 36, y Viñas, Ángel, op. cit., 2012, pp. 26 y ss.
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