Page 248 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Propuesta de Salvador de
Madariaga para presentar
las Cortes Constituyentes al premio Nobel de la Paz de 1933.
Diciembre de 1932
Ministerio de Cultura y Deporte. Archivo General de la Administración, Fondo del Ministerio de Asuntos Exteriores. 12-03195-00002-019-21
ciones de España, y prudente, como responsable del Ejecutivo y buen co- nocedor de la situación militar, Azaña se retrae: “Yo no puedo cargar con la responsabilidad de comprometer a España en una oferta cualquiera [ni] contraer ningún compromiso con Francia ni con nadie, ni dar la impresión, por palabras de expresiva amistad cambiadas en un banquete de que lo hemos contraído”11.
A posteriori, no obstante, la visita siguió dando que hablar: primero, porque se le atribuyó la firma de un tratado de compra de armas, lo que era total- mente inexacto porque ese tratado no se firmó hasta 1935, con Azaña ya fuera del Gobierno. Y segundo, porque siempre se analizó en clave de oca- sión perdida de cara a la Guerra Civil.
Hoy sabemos que no hubo nada de esto. A favor de Azaña podemos esgri- mir su sensatez: si España tenía firmado ya un pacto colectivo, el de la Sociedad de Naciones, no había por qué asumir más compromisos. Los objetivos de la República estaban dentro y sin medios, “y sin un ejército moderno, adónde va uno con España por el mundo”12. Por otra parte, en 1932 aún era posible creer en la paz, nada hacía prever todavía que una segunda guerra mundial era tan inminente como desgraciadamente lo sería, ni aún menos que en breve estallaría una guerra civil en España. En su detrimento, que se le escapa el verdadero alcance del Pacto de la Sociedad de Naciones, que sí comprometía, y el ambiente de Ginebra.
Madariaga tiene razón cuando dice que le habría hecho mucho bien asis- tir a las asambleas ginebrinas porque un hombre lúcido como era Azaña no hubiera podido sustraerse al ambiente que allí se vivía13. Pero de esa ausencia, que el propio Azaña justifica por las urgencias de la política interna, no puede deducirse sin más su desinterés por la política interna- cional. Sus Memorias tienen abundantes referencias al Mediterráneo, al “asunto de los portugueses”: el apoyo a los conspiradores contra la dicta- dura portuguesa –que Mario Soares recordó y agradeció años después14–, a Marruecos, a Hispanoamérica... Resulta cuando menos chocante que algunos de sus biógrafos, centrados, no cabe duda, en su acción de polí- tica interna, las hayan pasado sistemáticamente por alto. No vamos a caer en el extremo contrario ni a presentarle a día de hoy como un adalid de la acción exterior de España, pero tampoco se sostiene ya la idea, tan largamente mantenida, de que a la República no le interesó la política internacional ¿Y Ginebra? ¿Y la ocupación de Ifni, que se llevó a cabo en 1934? ¿Y las aspiraciones sobre Tánger? ¿Y el Mediterráneo? Una cosa es ansiar la neutralidad: no en vano España auspició y lideró en Ginebra el Grupo de los Ocho que al quedarse en seis (por el abandono de Bélgica y Checoslovaquia, ligadas a Francia) ya pasó a denominarse explícitamen- te Grupo de los neutrales (otro olvido sistemático en las obras generales sobre la II República), entre otras razones porque no cabía otra alternati- va, y otra muy distinta olvidar que la política exterior de un país se define
11 Ibídem.
12 Ibídem, p. 1084.
13 Madariaga, Salvador de, Españoles
de mi tiempo, Barcelona, Planeta, 1974, pp. 236-243; y España. Ensayo de historia contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1979, pp. 395-396.
14 Soares, Mário, “Azaña: una evoca- ción desde la democracia portuguesa”, en Egido León, Ángeles (ed.), Azaña y los otros, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, pp. 141-143.
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