Page 273 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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era partidario de cortar cuanto antes la sangría buscando un acuerdo –que era ya absolutamente imposible– con un adversario que solo estaba dis- puesto a aceptar una rendición incondicional. A este espíritu abierto al pacto y a la reconciliación responde, seguramente sin ninguna esperanza, el discurso pronunciado por Manuel Azaña, con voz pausada y lejos de la exaltación política, a media tarde del día 18 de julio de 1938, en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, justo al cumplirse el segundo aniversario del inicio de la guerra. De su contenido, sigue vivo un párra- fo hermoso y tremendo, mil veces repetido, que parece tener hoy una especial vigencia:
Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras gene- raciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y re- mota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón.
Con la derrota vino el exilio y, ya en Francia, Manuel Azaña afrontó la última etapa de su vida marcada por la tragedia de la guerra, en la que quedó subsumido su fracaso total a la hora de afrontar políticamente el problema catalán. Un empeño al que dedicó tanto esfuerzo, en el que puso tantas ilusiones y que tan profundo desencanto le provocó. En este estado de ánimo escribió a Ángel Ossorio y Gallardo en estos términos:
Dentro de poco me quedaré en la estricta intimidad familiar y a solas con mis pensamientos. No son muy lisonjeros, que digamos. En el or- den personal no me quebrantan, y lo que me ha pasado a mí, particu- larmente, me importa poco, o nada, cualesquiera que sean las dificulta- des del mañana. Tanto me da vivir en un palacio como en una aldea. Todo lo que soy lo llevo conmigo. Por lo visto, conservo el fondo casti- císimo de indiferencia estoica, y me digo como Sancho: “Desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano”. Por otra parte, las grandes expe- riencias a que hemos asistido, y en las que me ha tocado ser, unas veces angustiado espectador, otras actor, y otras la víctima, son un aconteci- miento prodigioso, no en la historia del mundo, sino en nuestra corta vida personal, y la colman, la profundizan. Si yo fuera intelectual puro, podría ahora consagrarme, impasible, a extraer el meollo “sustantífico” de todo lo que ha pasado. Veo en los sucesos de España un insulto, una rebelión contra la inteligencia, un tal desate de lo zoológico y del pri- mitivismo incivil, que las bases de mi racionalismo se estremecen. En este conflicto, mi juicio me llevaría a la repulsa, a volverme de espaldas a todo cuanto la razón condena. No puedo hacerlo. Mi duelo de espa- ñol se sobrepone a todo. Esta servidumbre voluntaria me ha de acom-
272 Juan-José López Burniol






























































































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