Page 319 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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do que Salazar favoreciera, tanto como lo hizo, la causa de Franco en la Guerra Civil española.
El establecimiento de la república en Portugal, en octubre de 1910, dio lugar a unas relaciones tensas e incluso conflictivas por el apoyo que encon- traron en España las actividades conspirativas de los monárquicos. A raíz de la caída de la dictadura de Primo de Rivera y de la proclamación de la Segunda República, las relaciones entre la dictadura portuguesa y la demo- cracia avanzada española se envenenaron. En la historia de la Segunda Re- pública, uno de los episodios bien conocidos es el apoyo que encontraron en España los exiliados políticos portugueses para combatir la dictadura de Salazar. Y resultan también sabidas las implicaciones personales del propio Azaña –ministro de Guerra y presidente de Gobierno– relacionándose con los dirigentes del exilio portugués en España y haciendo cuanto pudo por dotarles de armas, y en general facilitar sus actividades conspiratorias contra la dictadura salazarista. Era –como anota en su diario– una política “de gran estilo”, que, de resultar, ya habría justificado toda su labor al frente de la República.
Las razones de esta irregular política exterior son fáciles de adivinar: la flamante República quería ser un modelo democrático que extendiera su influencia por todo el mundo de estirpe hispánica. Y parecía razonable comenzar por la propia península. Porque, además, la unión con el veci- no ibérico era una especie de sarampión recurrente que, como era lógico, afectaba a los gobiernos neófitos, y, en este caso, al de la Segunda Repú- blica.
La cuestión salió a luz a toro pasado, cuando ya no gobernaba Azaña, y quienes estaban en el poder formaban una coalición de derechas que me- joró mucho las relaciones con Portugal. Pero, ya desde la caída del general Primo de Rivera y, no digamos, a raíz de la proclamación de la República, el embajador portugués en Madrid abrumaba a su gobierno con noticias de discursos, conferencias, mítines, artículos de prensa, etc., sobre la democra- tización de Portugal y la futura unión ibérica.
La verdad es que esta actitud de Manuel Azaña confirmó lo que la dictadu- ra supo desde el principio: que España era un laboratorio explosivo. La Revolución de Asturias fue una elocuente muestra, y, después de la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, ya no hubo la menor duda en Lisboa de que España iba derecha a la revolución. La inter- vención portuguesa en la Guerra Civil española fue la respuesta congruen- te a un proceso de incompatibilidad de situaciones internas, que, lejos de ser superficiales o formales, eran sustantivas. El conflicto español era, como explicaba Salazar, una guerra internacional en un campo de batalla nacio- nal. Era cierto. Por eso intervino Salazar, y, por eso, cuando concluyó, pudo declarar, arrogante: “Hemos vencido; eso es todo”.
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