Page 329 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Azaña tenía depositados sus más firmes valores políticos y morales, y de los que en modo alguno quería desvincularse.
Manuel Azaña fue un hombre brillante, un probo funcionario con un gran sentido del Estado que se alzó hasta las cumbres de la política por sus solos méritos. Supo cautivar con sus espléndidos discursos parlamentarios tanto a sus colegas del Congreso de los Diputados como a las muchedumbres en sus alocuciones en campo abierto con vistas a las elecciones de febrero de 1936, que le catapultarían de nuevo al poder. Un caso ciertamente insólito: fue capaz de hacerse con el Gobierno reiteradamente sin más armas que el magnetismo de su verbo agudo, preciso y siempre inteligente, y la firmeza que mostraba en sus propósitos políticos que galvanizaron a las izquierdas de todo el país. Pero en aquella coyuntura española e internacional no eran suficientes tales méritos para garantizarse el éxito en política. Paradójica- mente, Azaña fue el peligroso “enemigo” que debían batir las izquierdas y las derechas más intransigentes, que comprendieron que su “política refor- mista” era el verdadero peligro para los partidarios de la revolución social y para los enemigos del Estado de derecho, liberal y democrático. Pues, Aza- ña, en contra de lo que de él pretendieron hacer las derechas españolas más intransigentes, no era un revolucionario cautivo de los partidos obreros radicales, sino un hombre lúcido plenamente convencido de la necesidad de integrarlos en el sistema democrático que les ofrecía la República para evitar que se convirtieran en sus declarados enemigos. La izquierda más extrema y sectaria no supo ver que Azaña era la mejor opción para sus propios intereses. Fue un reformista, pero, extrañamente, más por conser- vador que por progresista: un lúcido buen burgués plenamente consciente de que sin reformas la República sería otro sueño de verano más que no aportaría al país otra cosa que una nueva frustración histórica. Y, sin em- bargo, las derechas nunca comprendieron que Azaña representaba el mejor dique contra la revolución y lo convirtieron en el principal político que había que derribar. Azaña fue el pimpampum de la prensa amarilla más retrógrada sencillamente porque, en su conjunto, no es que las ideas y programas que defendían las derechas fueran contrarrevolucionarias, es que eran sencillamente reaccionarias. Las izquierdas revolucionarias, incapaces de atisbar el peligro real del fascismo que se cernía sobre toda Europa, consideraron a Azaña un simple burgués cuya política retrasaba su proyec- to político de acabar con una democracia puesta al servicio exclusivo de las clases burguesas conservadoras de las que había que liberarse cuanto antes.
Azaña entendió perfectamente cuáles eran los grandes problemas de Espa- ña heredados del siglo xix y la necesidad perentoria de resolverlos lo más rápidamente posible sirviéndose apenas de los instrumentos jurídicos lega- les que proporciona el Estado de derecho. Pero quizás sobrevaloró las fuer- zas con las que podía contar para sacar adelante semejante política. Para resistir a los poderosos intereses dispuestos a torpedear su proyecto moder- nizador hubiera necesitado una capacidad de negociación que no tenía y su
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