Page 334 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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posibilidades educativas y transformadoras del Estado, al intelectual pe- simista y político frustrado que comprende que, una vez más, se ha desperdiciado la dorada ambición de todo regeneracionista: modernizar España.
Ya completamente abiertas las hostilidades, el 23 de julio de 1936 se dirigió a la nación desde el Palacio Nacional diciendo...
En estos momentos de violencia, cuando se ha desencadenado contra el poder legítimo de la República una agresión sin ejemplo, yo no diré una palabra más de violencia. Cuando todavía la conciencia nacional, sin distinción de ideas políticas ni de partidos, cuando la conciencia de toda persona delicada y conocedora del impulso del deber está escanda- lizada por el hecho cometido, yo no voy a decir nada que agrave el he- cho mismo ni escandalice más.
Pero consciente del alto cargo que ostenta en representación de todos los españoles, dirigiéndose a los sublevados les dice:
Y aquellos causantes de este destrozo, los que llevan sobre sí el horrendo delito de haber desgarrado el corazón de la patria, los que llevan sobre sí la horrenda culpa de que por ellos se vierta tanta sangre y se causen tantos destrozos, ¿no están ya convencidos de que su empresa ha fraca- sado? ¿Hasta cuándo van a perdurar en su empeño? ¿Hasta cuándo van a mantener escandalizado al mundo, desacreditando el nombre de es- pañol y haciéndonos verter a todos lágrimas de dolor por las víctimas que se causan, por las víctimas inocentes de la ambición y del delito? Cada día que pase y persistan en su rebeldía, hasta que sea domada por la fuerza de las armas, como lo será, si antes no deponen su actitud, agravan su culpa, y de ella responderán ante la conciencia nacional, como un día han de responder ante la historia.
¿Cómo conservar la razón frente a la barbarie? Azaña fue de los que se negó a que se entregaran armas a los partidos y sindicatos cuando ya no quedaba otra opción, y comprendió antes que nadie, ante el desistimiento de los países democráticos de ayudar a la joven República española para sofocar la rebelión, que la guerra estaba perdida, y de ahí su constante empeño a lo largo de toda ella por conseguir algún tipo de mediación que pusiera fin a la carnicería que se estaba desencadenando a lo ancho y largo del país.
Cuando el 19 de agosto el Gobierno británico decidió prohibir vender ar- mas a ambos contendientes, Azaña consideró la opción de dimitir. Pensaba que ya no había nada que hacer, que la guerra estaba perdida. Fue su amigo Ángel Ossorio y Gallardo quien, inducido por otros, abortó el intento haciéndole ver quién era y lo que representaba cuando en el bando rebelde se moría asesinado, fusilado, “paseado”, por invocar su nombre o el de la
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