Page 343 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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abiertamente sus puntos de vista: la guerra –le aseguró– estaba irremediable- mente perdida para la República en el plano militar, pero era posible salvar- la en el plano diplomático. Para ello, se debía procurar que los medios di- plomáticos que pudieran influir en la situación de la guerra favorecieran la causa republicana, promoviendo una retirada de combatientes mediante acuerdos entre las potencias, sin que el Gobierno español tuviera que suscri- birlos formalmente. Tal era el plan de Azaña. Negrín estuvo básicamente de acuerdo con los puntos de vista del presidente –salvo en dar por perdida la guerra–, aunque los vio poco factibles en tanto que la situación bélica no fuera sostenible para la República y, para eso, había que continuar luchando. Ese el plan alternativo de Negrín y su razón para perseverar en la guerra.
Las diferencias entre ambas concepciones fueron llevaderas durante el pri- mer año del nuevo Gobierno; más tarde, a partir de la primavera de 1938, cuando la situación militar adquirió un carácter irremediablemente desfa- vorable para la República, el conflicto afloró con toda intensidad.
El primer Gobierno Negrín coincidió internacionalmente con sendos cam- bios políticos en Francia y en Gran Bretaña, en los que cayeron los jefes de Gobierno Léon Blum y Stanley Baldwin, respectivamente. El nuevo Go- bierno de Neville Chamberlain condujo decididamente la política exterior británica por la senda del apaciguamiento, dando facilidades a Alemania e Italia. A partir de aquel momento, el nuevo Gobierno francés de Camille Chautemps sufrió una gran presión para que su no intervención en España fuera estricta. Pese a ello, las continuas violaciones del acuerdo de no inter- vención de las potencias totalitarias lo pusieron seriamente en entredicho, dando resortes a la República para pedir su término o, en su defecto, la apertura de la frontera francesa.
Azaña siguió de cerca todo el proceso, tratando de influir en la activación diplomática de la República. Así, cuando a mediados de julio de 1937 hubo signos de que aún había opciones diplomáticas favorables –Francia suspendió el control de los observadores internacionales en su frontera terrestre, rechazó en el Comité de Londres un plan “constructivo” presentado por Alemania e Italia para la retirada de combatientes sobre la base del reconocimiento de la beligerancia a Franco, y, además, se mostró dispuesta incluso a presionar a Gran Bretaña para acabar con el acuerdo de no intervención–, el presidente pensó que la situación favorecería a la causa republicana si, como resultado de la desaparición del Comité de Londres, el asunto de la repatriación de los extranjeros lo asumía la Sociedad de Naciones. Si la Sociedad recomendara y votara un plan de esa naturaleza, el tema adquiriría una nueva dimensión y abriría una salida diplomática para la República.
Así las cosas, Azaña centró sus esfuerzos en que Negrín aceptara lo que dio en llamar “mi plan”: no había otra salida –a su juicio–, ya que la guerra se estaba perdiendo y era preciso “antes de que la derrota sea inevitable a ojos
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