Page 353 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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obligó a toda una generación de artistas, novelistas, dramaturgos, compo- sitores y arquitectos a exiliarse, y asfixió a otros con la censura.
La carencia de intereses culturales de Franco es innegable a pesar de sus esfuerzos, en una etapa posterior de su vida, por comenzar a crearse un pasado en el que había dedicado cada momento libre a estudiar libros sobre política, economía, problemas sociales y ciencia militar. Transmitió delibe- radamente esta imagen a tres periodistas británicos, S. F. A. Coles, Brian Crozier y George Hills, además de desarrollarla en el borrador de sus me- morias. Resulta difícil aceptar la imagen de Franco leyendo vorazmente obras de ciencia política, sociología y economía, incluso estando de servicio en África. No hay una sola palabra sobre la lectura en el diario de su primer año en la Legión. Con independencia de cuál fuera su puesto, tenía inva- riablemente un horario profesional completo durante toda la jornada, que siempre cumplía a conciencia. Cuando, tras su muerte, se abrió al público su residencia en El Pardo como museo, quedó patente que no tenía biblio- teca. Al margen de las espeluznantes fantasías anticomunistas producidas por la Entente Internationale contre la Troisième Internationale, que se sabe que leyó y absorbió, la única pasión literaria conocida de Franco fueron las obras sobre Napoleón.
Si las lecturas de Franco se centraban en Napoleón, sus otros intereses cul- turales eran aún más limitados. No le gustaba el teatro, prefería el cine que podía ver en casa. Sus películas favoritas eran las del oeste y Raza. Al mar- gen de aquellas, no le gustaba el cine estadounidense porque, aseguraba, “exaltaba el divorcio e ignoraba los valores familiares”. Por el contrario, elogiaba las obras de Calderón, que mostraban cómo recuperar el honor “con el detergente de la sangre”, y declaró que lo que necesitaba el teatro español era una recuperación de Marina, zarzuela sentimental de mediados del siglo xix del compositor vasco Emilio Arrieta, una obra de segunda categoría, conservadora y romántica2.
La única música que se sabe con seguridad que le gustaba a Franco era la zarzuela, pero también las marchas militares. Por lo demás, las preten- siones músico-culturales de Hitler –por no hablar de la sofisticación de Azaña– brillan por su ausencia. Durante los preparativos de la fiesta del Trimilenario de Cádiz, Franco recibió la visita de una delegación de la ciudad, entre quienes se encontraban los responsables del montaje de la inacabada cantata Atlántida de Manuel de Falla, obra a la que el maestro había dedicado sus últimos dieciocho años de vida. En un esfuerzo por transmitir al caudillo la importancia de la obra, el compositor Ernesto Halffter, que había sido el encargado de editar el texto inacabado de Falla, manifestó: “No creo que haya obra musical más importante en toda la música española. Me atrevería a decir que es nuestro Parsifal”. Al escucharlo, Franco se volvió, murmurando: “¿Nuestro Parsifal? Buena pesadez será”.
2 Pemán, José María, Mis encuentros con Franco, Barcelona, Dopesa, 1976, pp. 66-69.
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