Page 418 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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La empresa de ustedes es más seria y por lo mismo más ardua; en ella les auguro un éxito felicísimo, pero aunque así no fuere, con solo acometerla acreditan Vds. su juvenil ardimiento y bizarría.
Un periódico, mis caros amigos, es siempre una cosa buena. ¿Siempre? preguntará algún asustadizo. Sí, siempre que merezca el nombre de perió- dico. La publicidad, la propaganda, el desgaste de las asperezas en los espí- ritus rudos poco hechos todavía a la contradicción pacífica de las ideas, son bienes que valen por sí mismos y que solo por la prensa pueden alcanzarse. La publicidad es una condición esencial de la vida contemporánea, nos movemos en un ambiente cada vez más diáfano; los muros que dividen o que aíslan, se adelgazan, se sutilizan o se arruinan, y el papel impreso es una inconmensurable plaza pública, un escenario colosal donde va representán- dose la tragicomedia de la vida colectiva, en que somos a un tiempo actores y testigos.
El periódico obra como un reflector, proyectando sobre una muchedumbre de gentes, creencias, opiniones, ideas, cuya fuerza expansiva, por ese solo hecho, se centuplica; y que al ser traídas a la discusión se entremezclan o se diversifican, como un haz de blanca luz solar se descompone a través de un prisma, en hacecillos de vario color, no sospechados. He aquí la grande obra educativa a que contribuye la prensa por modo eminente: la percepción del matiz, la formación del espíritu crítico; en consecuencia es una virtud fun- damental, indispensable para la civilización: la tolerancia.
Tal vez estas cosas les parezcan a ustedes poco nuevas; con todo, no faltará quien al oírlas se escandalice, lo cual está probando que es muy necesario repetirlas cada día, hasta romper la costra hostil y que se acepten sin enojo. Por eso la misión del periódico tiene mayor trascendencia en los pueblos de estrecho horizonte, de escasísima o nula valía intelectual, donde abun- dan los tipos soeces y energúmenos para quienes el disidente de sus ideas es un canalla, un réprobo, indigno de todo comercio urbano.
Por suerte, ustedes van a trabajar en campo bien cultivado; la prensa alca- laína tiene ya una respetable tradición de libertad y comedimiento –salvas rarísimas excepciones– que dice mucho en pro de la cultura de ese pueblo. En el acierto que ustedes tengan para mantenerse dentro de esa tradición, creo yo que ha de estar el secreto de su triunfo.
Los más exquisitos cuidados serán poco para lograrlo, porque solo hay una tarea más difícil que la de fundar un periódico: la de escribirlo. Necesitarán ustedes de todo su talento y prudencia, para evitar un escollo terrible: todas las puerilidades, todas las pasioncillas y miserias que son la peste de un lugar, afluyen al periódico como a su natural desaguadero; esa cosa despre- ciable y dañina a que en los pueblos se suele llamar política, les tenderá mil lazos para convertirlo en instrumento suyo. Si no se tiene bastante energía
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