Page 43 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Durante los cuatro cursos que el joven Azaña residió como alumno interno en el Colegio de El Escorial, al margen de la gran crisis de identidad y, so- bre todo, espiritual que tal vez fuera el motivo de abandonar las aulas en 1897 ante sus radicales planteamientos religiosos, la relación con los agus- tinos siempre fue cordial, como lo demuestra el epílogo de esta novela au- tobiográfica titulado “Coloquio postrimero en el jardín”, una entrañable conversación –pasados los años– con el padre Mariano.
En su época de internado Azaña mantuvo siempre la lectura como gran pasión, pero sobre todo realizarse como escritor. Del último año en El Es- corial escribe:
Al empezar el curso, habíamos fundado un periódico, intento bienquis- to de los frailes, gozosos de traer la educación en el pie más moderno. Caballos, teatro, velódromo, un frontón, el foot-ball naciente, en fin, la prensa. Dieron a la redacción una celda vacía y a los redactores algunas dispensas en el horario. Me ensucié las manos y la ropa en el gobierno de las tiradas, pero no la conciencia literaria, todavía informe escribien- do artículos. Preferí el trabajo de maquinista.
Sin embargo, meses más tarde, regresa a Alcalá tras haber abandonado El Escorial sin acabar el curso: “Mi rebelión personal –escribe en el capítu- lo xvii de El jardín de los frailes– sobrevino en la buena compañía de las letras, alzándose el rencor en cuatro años de renuncia al mundo libre”. Inicia entonces su “carrera” literaria y periodística a través de las páginas de Brisas del Henares, una revistilla “festivo-literaria” de carácter decenal que llegaría a alcanzar hasta veinte números. Agazapados tras los seudónimos de El Vicario de Durón, Colorín Colorao y Salvador Rodrigo, José Ma- ría Vicario, Joaquín Creagh y Manuel Azaña trataban de fustigar la socie- dad alcalaína con artículos de excesivo color ocal y cuestionable humor provinciano.
Yo no soy un escritor; desconozco el arte de ensamblar palabras y ade- rezar periodos con soltura, elegancia y precisión. Yo no soy escritor, y, además, ¿sobre qué escribir? No conozco el mundo; mi vida es llana, sin aventuras, prosaica; nunca se me ha ocurrido algo que valga la pena de ser contado, ni me he forjado una caprichosa explicación del mundo, a cuyos fenómenos asisto con impasible estupefacción; soy un hombre insincero, superficial, atormentado por una ambición gigantesca y des- apoderada cuyos azares y las torturas que me han traído a nadie pueden interesar... Pero entonces ¡por qué escribo!
Este párrafo pertenece a la novela de Manuel Azaña La vocación de Jerónimo Garcés, inacabada, abandonada, secuestrada y hallada posteriormente entre los papeles incautados en Pyla-sur-Mer, en 1940, cuando Cipriano de Rivas Cherif fue detenido en una operación conjunta de las policías alemana y
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