Page 82 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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12 Son rasgos que probablemente con- tribuirían a forjar el estilo de las in- tervenciones públicas de Azaña, tan distante de la tradición castelarina. Cfr. Hermosilla Álvarez, M.a Ánge- les, op. cit., pp. 201-228.
13 Marichal, Juan, La vocación de Ma- nuel Azaña, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1971, p. 96.
14 Es a partir de este momento cuando escribe sus obras más importantes, que abarcan diversos géneros: la bio- grafía de Juan Valera (Premio Nacio- nal de Literatura en 1926); las nove- las El jardín de los frailes (1927) y la inconclusa Fresdeval; el volumen Plumas y palabras (1930), La inven- ción del Quijote y otros ensayos (1934); diversas piezas teatrales, en- tre las que sobresale La Corona, es- trenada por Margarita Xirgu; el me- morial Mi rebelión en Barcelona (1935); La velada en Benicarló. Diá- logo de la guerra de España, que escri- bió en la primavera de 1937, cuya adaptación teatral no se estrenó has- ta el 4 de noviembre de 1980 en el Teatro Bellas Artes de Madrid; sus numerosos discursos o las Memorias políticas y de guerra.
oratorio del conferenciante, que “no grita, no manotea, no gesticula”, en contraposición con los discursos de Castelar –parece indicar–, “ni recurre a malsonantes latiguillos. Su elección es pulquérrima. Su sentido de la pro- porción, finísimo” (I, 189)12.
Esta vida colectiva contrasta con la de los españoles del siglo xx –reconoce “Martín Piñol” en otro artículo de La Correspondencia–, “hombres picari- llos a quien no se la da nadie”, para los que “es difícil entender el cariño, el respeto o el furor que el pueblo francés guarda para ciertos nombres o ciertas instituciones”, aunque sus beneficios “lo mismo se advierten en la política que en la literatura”. Y concluye: “Literatura quiere decir estudio, experiencia, desinterés, ideas generales y elevadas, amor al idioma y al pue- blo en que se ha nacido y que lo habla” (I, 183).
Se confirma en el terreno la idea que, como respuesta a un artículo ger- manófilo de Baroja, defendía Azaña en La Correspondencia el 11 de sep- tiembre de 1911, según la cual, del mismo modo que siglos antes se había recibido la enseñanza de otras culturas, ahora se tomara a Francia como modelo:
Si Francia es todavía un hogar civilizado, fautor del progreso; si Espa- ña (como Baroja reconoce) necesita de otros pueblos que la adoctri- nen y la guíen, no hay por qué maldecir del genio francés ni de su prestigio entre nosotros, porque el influjo de un país superiormente culto sobre otro que lo es menos, nunca puede ser funesto para los intereses de la cultura misma, que es, en definitiva, lo que nos interesa (I, 165).
En su argumentación evoca el impulso reformador de las Cortes de Cádiz que, influido por la propagación de las ideas francesas del xviii (I, 166), no pudo llevarse a cabo porque, como explicaría en el artículo “El punto de apoyo” el 22 de marzo de 1914, “faltó entusiasmo colectivo por la restauración nacional, entusiasmo que solo puede dar la cultura” (I, 234), a pesar del esfuerzo de modernización que habían realizado los ministros de Carlos III.
De todo lo expuesto hasta aquí se deduce que la influencia francesa en la formación de Azaña combina, en opinión de Marichal, el egotismo de Rousseau, en el sentido de la primacía de la conciencia, con “la mentalidad estatista del reformador liberal”13, las dos dimensiones de la personalidad azañista que reflejan su condición de hombre de letras y de político.
Si como escritor, a su regreso a España, se observa una mayor dedicación a su vocación literaria14, su faceta política comienza asimismo después de su llegada, cuando, en 1913, se afilia al Partido Reformista que había fundado Melquíades Álvarez el año anterior.
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