Page 106 - Perú indígena y virreinal
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 la fortuna del perú:
la plata y la platería virreinal
  Cristina Esteras Martín
Muy poco tiempo después de la llegada de los españoles al Perú se tuvieron noticias de la existencia de riquezas materializadas en oro y plata, de forma que la isla de Puná recibió ya el nombre de «isla de la plata» [mapa de Die- go Menéndez (1575)], y en 1533 uno de los pajes del gobernador Pizarro embaucaba desde Cajamarca a su padre con- tándole que en el país recién conquistado «hay más oro y plata que hierro en Vizcaya y más ovejas que en Soria». Y en esta misma ciudad norteandina donde Atahualpa fue hecho prisionero, los españoles se hicieron con un botín de once toneladas de plata. Muy pronto el puerto de Sevilla comenzaría a recibir cargamentos con metales preciosos peruanos en barras, tejos, pasta y monedas, siendo conocida la temprana remesa de media tonelada de plata —en cántaros y planchas— que el conquistador Diego Orgóñez mandó en 1534 como donativo a la cartuja sevillana des- de Jauja, ciudad que pronto se identificaría con el bienestar, acuñándose por ello la frase —hasta hoy vigente— de «¡esto es Jauja!» como sinónimo de bonanza y riqueza. Pero, además, los envíos de plata ya labrada se fueron suce- diendo en el tiempo entre los españoles de América quienes, para mostrar su éxito económico y el triunfo social alcan- zado en las Indias, eligieron estos objetos fabricados en metal precioso, al tiempo que les sirvieron de arteria para establecer vínculos de afecto con sus respectivos lugares de origen peninsular (especialmente con sus parroquias de bautismo) y también para poder manifestar sus devociones preferidas. En este sentido vale la pena recordar que el mismo virrey, don Francisco de Toledo, tuvo el gesto de obsequiar a la Virgen de Guadalupe, en Extremadura, con tres figuras de plata de los Reyes Magos, que seguramente trajo consigo al regresar del Perú. Las dádivas que esta imagen recibió, no sólo de los españoles del Perú sino de toda de América, fueron muchas, lo que confirma la nece- sidad de mostrarse devotos y afectivos con lo que, entendían, era lo «mejor», esto es con obras de plata y oro.
Y cuando tiempo después se descubre la plata de Potosí (1545) no sólo este centro minero merecería el reconocimiento mundial de ser el más importante del Perú y aun de toda la América hispana, sino que pronto sería objeto de calificativos asociados a su ingente riqueza, haciéndose famosos los que emitió el cronista potosino Barto- lomé de Arzáns en su Historia de la Villa Imperial de Potosí (1736), quién al Cerro Rico lo denomina «cuerpo de tie- rra y alma de plata», lo declara «imán de las voluntades», «monstruo de riqueza» y «moneda con que se compra el cielo», haciendo constar que esta «singular obra del poder de Dios; único milagro de la naturaleza» era «clarín que resuena en todo el orbe». Y en efecto, Potosí y su cerro se convirtieron en el símbolo mundial de riqueza, y
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