Page 3 - Actas Afrancesados y anglófilos
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La galofobia española del siglo XVIIIGuillermo Carnero ArbatJovellanos, que escribió en la “Epístola del Paular” algunos de los versos de tema amoroso más emocionantes del siglo XVIII español, se dejó también arrastrar por una musa más superficial, que en una ocasión le dictó un epigrama que contiene uno de los tópicos más garbanceros acerca de la mujer: “Ninguno que llegare a conocellas / podrá vivir con ellas ni sin ellas”. Más de una vez, cuando he tropezado en congresos o coloquios con el asunto de las relaciones entre España y Francia en la Edad Contemporánea, he pensado que cada uno de ambos países podría decir eso mismo del otro.La muerte de Carlos II significa la entronización en España de la casa de Borbón, y el inicio para muchos de una era de esperanzas e ilusiones de prosperidad y buen gobierno, europeísmo y cultura. A ello hemos de ir brevemente para empezar.En la no 23 del volumen quinto de sus Cartas eruditas (1760), el Padre Feijoo se preguntaba cuál era en su tiempo la lengua en que podía adquirirse la más universal sabiduría, como lo fue en la más remota Antigüedad el griego. Y concluía que el francés, por ser[...] una copiosísima cisterna donde se recogió cuanto de erudición sagrada y profana vertieron las cuatro fuentes de Jerusalén y Roma, Atenas y Alejandría. De suerte que en su vecindad tiene España provisión bastante para saciar la sed del alma más estudiosa. [...] Entre todas las lenguas, el conocimiento que más nos importa es el de la francesa. La razón es porque todas las ciencias y artes útiles hablan y escriben en francés.Diez años antes, en sus Memorias literarias de París (1751), publicadas al terminar su trienio como secretario de la embajada de España en París, Ignacio de Luzán escribía que Francia era el centro de la cultura europea porque el poder había establecido allí los estímulos y mecanismos institucionales adecuados, de tal modo que “siempre que en cualquier otra parte se echen los mismos cimientos, se pongan los mismos medios y concurran las mismas causas, se conseguirán los mismos progresos y las mismas ventajas”. En 1781, el duque de Almodóvar escribía en su Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia que París “es la oficina de donde salen los elaborados trabajos que en general sirven de reclamo y de modelo a las demás naciones”. La más avanzada publicación periódica de la Ilustración española, El Censor, afirmaba en su discurso 45 (también 1781) que los franceses son “maestros de casi todas las demás naciones de la Europa”.No piensen que esa idolatría de lo francés era un achaque de la pobreza cultural española. En 1727 se publica en Leyden, en francés y con el título de Séjour de Paris (El viaje a París o La estancia en París), una guía de viajeros escrita por un consejero del estado de Sajonia, Joachim Christoph Nemeitz, y destinada, dice el título, a personas “de condición”, o sea de clase alta y acostumbradas al lujo. Ante esas personas el texto realza el grado excelso que poseen en París las ciencias, las Letras y las artes, por lo cual “las demás naciones, incluso los persas y los turcos, envían allí a sus jóvenes para que aprendan la lengua de los franceses, sigan sus modas e intenten imitarlos en todo”. El elogio y la admiración alcanzan en ocasiones un grado difícilmente superable:1


































































































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