Page 22 - El Capitán Trueno. Tras los pasos del héroe
P. 22
20 PATXI LANCEROS
posteriores, era para muchos una patria perdida y acaso la promesa de otra deseada2, un erial en el que era imposible, o meramente improbable, estar, vivir. O volver. Más éxodos, más exilios: interiores y exteriores. Y tierras hurtadas, y tierras prometidas.
Hay en algunos episodios de la peripecia del Capitán Trueno irrupción de memoria, de recuerdo o de sueño: y allí se reconstruyen fragmentos de un pasado que, sin embargo, permanece como misterio y suscita interrogación. Pero en tres momentos, tardíos todos ellos, el creador y guionista principal del personaje y sus andanzas, Víctor Mora, dedica algunas brillantes páginas a evocar un nebuloso origen. En los tres casos el narrador de la historia es un (presunto) ciego, un Tiresias apenas diferente y un tanto diferido que no solo cuenta la historia, sino que la precipita, pues si una parte de su relato es contempla- tiva y constatativa, otra parte es performativa: «Mis ojos están muertos... ¡pero veo mucho más que otros!... Veo en el pasado... ¡Y sobre todo en el futuro!». En el primero de esos momentos de retrospectiva «biográfica» (El adivino de los ojos muertos, 19833), a su vez el último episodio que se sirve de los lápices de Ambrós, se hacen un par de indicaciones que resultan importantes para el argumento4. La aventura comienza con una carga en el marco de una rebelión de siervos «conducidos por un puñado de valientes, entre los que destacó un extranjero a quien llamaban el Capitán Trueno». La explícita intención política que atraviesa esas páginas permite (u obliga a) un flashback, en términos cinematográficos, o una ilustrativa analepsis. Un enigmático ciego que conoce la historia del Capitán Trueno («¡Yo os hablaré del Capitán Trueno, conozco su historia! ¡Lo sé todo acerca de él!») es obligado a contarla. Y lo hace desde el principio.
2 Y quizá solo en el anhelo la patria sea (im)presentable. Y quizá siempre a un paso de convertir el anhelo en patriotismo: la virtud de los depravados, según Oscar Wilde; el último refugio de los canallas, en palabras de Samuel Johnson.
3 El episodio, ocho páginas que aparecieron publicadas en una Historia de los cómics, es, además, reseñable por varias razones que conviene al menos indicar: la aventura contiene dosis de violencia explícita imposibles en an- teriores épocas, en las que la censura cuidaba (algo se verá más adelante), con sana intención y desigual eficacia, de la salud intelectual y moral de los súbditos; lo mismo cabe decir al respecto de lo que, con algún exceso, cabe llamar erotismo: al menos el cuerpo humano (aunque la afirmación afecta más al torso femenino, oculto hasta este episodio) se muestra con menos envoltorio en escenarios tanto de violencia como de placer, asueto o reposo: es, por ejemplo, la primera vez que el Capitán Trueno y Sigrid yacen, no solo desnudos (se supone), sino en la misma cama (se afirma). Y en una viñeta discreta, lúcida y autorreferencial aparecen el guionista y el dibujante con hábito antiguo y en un taller medieval. En la viñeta se dice otra verdad, otra de las que comunica el «adivino ciego»; una verdad literaria: «¡Se cuentan por millones los que han leído el relato de sus hazañas, escrito e ilustrado por maese Ambrós y maese Mora, dos honrados artesanos! ¡Esos millones de amigos ya no le olvidarán jamás!». Es cierto. Y
tiene más interés cuando se sabe que es el propio Capitán el que narra la historia.
4 El segundo de esos momentos retrospectivos se produce en 1987, en la entrega inicial del episodio La máscara del
dios olvidado (guion de Víctor Mora, ilustraciones de Luis Bermejo). El argumento es básicamente redundante. Pero importa retener el preámbulo o exordio, muy clásico, que antecede a la «leyenda». Habla el narrador ciego, musulmán, en la ciudad de Ophal: «Hay algo que todos los hijos de Alá necesitamos tanto como comer y beber... Casi tanto como la palabra de Mahoma... ¡Y que el Profeta me perdone! Necesitamos que nos cuenten historias, historias maravillosas que nos emocionen y nos enseñen... Historias que nos ayuden a mejor conocernos y a conocer a los demás... ¡Que nos ayuden a vivir y nos permitan soñar! Son esas historias para nuestro espíritu lo mismo que el agua para el caminante perdido en el desierto... Por todo ello yo quisiera hoy, aquí, haceros un relato de heroísmo y amor, quisiera contaros... ¡la verídica historia del Capitán Trueno!». Poco habría que objetar a la declaración del adivino. La tercera analepsis, también con narrador islámico, se confía a los enérgicos pinceles de John M. Burns y lleva por título La reina bruja de Anubis (1991): sigue básicamente los derroteros lógicos del anteriormente citado. Mención aparte merece(ría) el, por muchos motivos fallido, trabajo titulado Silencios. La juventud del Capitán Trueno (2006), con guion de Pepe Gálvez y dibujos de Alfonso López y que se presenta como «un homenaje a la serie creada por Víctor Mora»; no corresponde evaluarlo aquí.