Page 65 - El Capitán Trueno. Tras los pasos del héroe
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RASTROS, HUELLAS, MARCAS... 63
desagrado, eso se debe sin duda a que todavía no nos hemos dotado de los pertinentes criterios de selección. Un trabajo que, hoy, tiene trazas de condena: esfuerzo ímprobo y rendimiento escaso. O nulo: como el del pobre titán arrastrando la piedra montaña arriba.
No se trata ya de «clásicas» reivindicaciones de cierta cultura de masas (Umberto Eco puede oficiar aquí de explorador aventajado). Se trata de que la cultura de masas, ar- ticulada hoy en el complejo de la industria y el mercado globales o inquietando desde márgenes alternativos, entra en relaciones diversas con la cultura popular, con las culturas tradicionales, con la alta cultura, con la innovación18. Quizá se trata de indagar en el espacio y en los tiempos de esas relaciones cambiantes. Quizá se trate de dudar de la estabilidad de las taxonomías a las que estamos acostumbrados.
 El Capitán Trueno, 443, «Absurdia, la fantástica», 1965
Y de estudiar con paciencia (y con severidad, y con piedad) una cultura de masas que ya tiene su tradición y su historia, su leyenda, sus colecciones, sus museos.
No se trata, o no habría de tratarse, de una venganza, o de una apuesta por la indi- ferencia y por la ausencia de criterio. Todo lo contrario. En el momento de la explosión de la imagen, de la hegemonía del hipertexto, de la proliferación sin fin y sin límite de la cultura de masas, se trata de apreciar convenientemente una dialéctica de la ilustración que, como la otra, se viene produciendo desde hace tiempo. Y que, por inadvertencia o error diagnóstico, medra sin contrapeso crítico adecuado.
La larga y diversificada historia del cómic, desde sus balbuceantes comienzos en el siglo XIX hasta las firmes manifestaciones que hoy mismo produce, es un excelente territorio de la prueba. Porque quizá sea el cómic –a través de las historias que recupera, de las relaciones que establece, de los recursos que moviliza, de las formas que adopta, de los contenidos que transmite– el escenario de una primera dialéctica de la ilustración en
18 No sería inconveniente, por otra parte, preguntarse al respecto de la estabilidad de las clasificaciones y de (in)ciertos cambios tanto de sensibilidad como de criterio. ¿En qué nivel o plano se ubicaba en su momento la salmodia inter- minable (o casi) de un aedo ciego? ¿Y la tragedia ática? ¿Y la comedia? ¿Qué tipo de cultura es el ritual católico y todo lo que le rodea: arquitectura, música, imaginería, pintura estatuaria...? ¿A qué público, élite o masa, se dirigían las composiciones de Shakespeare y las representaciones de la compañía Lord Chamberlain’s Men? ¿De qué tipo era la clientela de The Globe, que abonaba entre uno y seis peniques por sesión? ¿Y la de las corralas madrileñas?...



























































































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