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JOSÉ MARÍA BALLESTER
   Fue una época de enorme actividad en el movi- miento asociativo ligado al Patrimonio Cultural, que prefiguró su envergadura actual. Ya se
ha dicho que Europa Nostra siguió la geome- tría, pero también la evolución filosófica y del concepto mismo de Patrimonio Cultural, en
una apertura que recibió su confirmación polí- tica en la Conferencia Europea de Ministros responsables de Patrimonio Cultural, celebrada en Granada, diez años después, en 1985, y su consagración jurídica en el ya citado Convenio para la Salvaguarda del Patrimonio Arquitectó- nico Europeo, abierta a la firma de los Gobiernos en esa misma ocasión. A la integración del Patri- monio Cultural en la planificación urbana y la ordenación del territorio, seguían ahora nuevas categorías inscritas entre los bienes a conser- var: Patrimonio industrial y de obras públicas, Patrimonio rural y etnográfico, Arquitectura del siglo XX, Conjuntos históricos y sitios, Patrimonio mueble y su integración en los grandes conjun- tos históricos.
La reconsideración del Patrimonio arqueoló- gico sería objeto de la Conferencia de Ministros de Patrimonio Cultural celebrada en La Valetta el año 1992, y recibiría también su consagra- ción jurídica en el Convenio para la Protección del Patrimonio Arqueológico de Europa, abierta igualmente a la firma de los Estados miem-
bros del Consejo de Europa al comienzo de esta Conferencia. Por otra parte, fue en los años
90 cuando se produjo, dentro siempre de esa evolución conceptual, la convergencia del Patri- monio Natural y del Patrimonio Cultural, que sobrepasaría rápidamente las nociones —siem- pre vigentes— de «sitio» y de «paisaje cultural», para llegar a la noción de paisaje que consagra el Convenio de Florencia, abierto a la firma de los Estados el año 2000. Una noción que extiende
el concepto de Patrimonio al conjunto del terri- torio «tal y como lo perciben los ciudadanos», abriendo nuevos campos y horizontes insos- pechados a esa doctrina de la «conservación integrada» del Patrimonio arquitectónico que alumbrara la campaña del año 1975.
Basta con recorrer la trayectoria de esa evolución para comprobar la cantidad de inicia- tivas que han surgido en Europa, tanto a nivel gubernamental —nuevos textos legislativos a nivel nacional y regional, nuevas instituciones— como a nivel académico. Rara es la Universidad que no cuenta actualmente con cursos y grados de formación especializada en la materia, ya se trate del ámbito de las Humanidades —Historia del Arte o Geografía— o del ámbito de la ense- ñanza politécnica, especialmente en las Escuelas de Arquitectura o de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, por citar sólo a las más acti- vas. Se han multiplicado las acciones, tanto
a nivel internacional y transfronterizo, como a nivel regional e, incluso, local para promover
la pedagogía y la sensibilización a esta nueva perspectiva del Patrimonio.
La caída del Muro de Berlín: se recupera la unidad del espacio cultural europeo
Es una tarea en la que han estado muy presentes las asociaciones, que se han multiplicado,
a su vez, para responder a las nuevas categorías de Patrimonio, a su protección y a su conserva- ción. Al haber discurrido de manera coordinada la acción de Europa Nostra y de su cada vez mayor número de asociaciones vinculadas —como es el caso de Hispania Nostra y de las numerosas asociaciones que integra— y el reco- rrido efectuado en la materia por el Consejo
de Europa, en las dos primeras décadas de
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