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POEMAS DE UN DÍA
RAMón GOMEZ DE LA SERnA
OTTO
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  IV.
Don Abdón pasó una noche feliz, viendo praderas de poemas, multiplicados sus pensamientos con más facundia que los logran multiplicar las rotativas.
Picó en él la ambición de exportar poemas, convirtiéndose en un jardinero dignifi- cado por su mercancía espiritual.
Le conmovía pensar en aquellas damas que cortarían sus poemas para leer huellas de su alma, siendo los bouquets preferidos para los regalos aquéllos, que serían como una antología de sus fantasmagorías.
Se despertó muy de mañana, cuando los pájaros deletrean sus nuevos trinos sin atreverse aún al albur de volar.
Se vistió su traje de poeta casero, y salió a la luz friolenta de las seis de la mañana.
Sus ojos, desorientados, buscaron sus poemas blancos y almidonados, como escri- tos en el papel ideal para las invenciones puras, en esas tocas de monja que tienen vuelo aviónico sobre las cabezas monjiles.
¡Horror! Todos estaban caídos, pachuchos, como si la mano censora de la natura- leza los hubiese arrugado para tirarlos al cesto de los papeles.
La emoción del anciano poeta tuvo temblor de emoción infantil. Se acercó sigiloso a contemplar la tragedia de sus poemas, y vio que todos estaban vencidos, como si la poesía hecha flor fuera efímera como unas horas, sólo duradera hasta el próxi- mo amanecer.
no había sido el viento, ni ningún galope de ciervos blancos, lo que había hecho rendirse a sus poemas.
Era que la naturaleza no consentía sino poemas de un día, poemas para ningún lucro, poemas fugaces, a los que les estuviese asegurado el respeto gracias a su efimeridad.
Para mayor pureza de la poesía hecha carnazón natural, debía morir en la noche del día de su nacimiento, conservando así lo que debía tener de espontáneo.
Trabajo de muchos días, esfuerzo de muchas miradas de lo alto a lo bajo, para después sólo encarnar durante unas horas en el lirio de la cuartilla espontánea.
Pero el pobre poeta no podía comprender aquel desinterés que le pedía la natu- raleza, y como no podía suprimir en su corazón sus ambiciones de éxito público, se fué llorando jardín adelante, buscando ese banco para los desengaños que hay en la última rinconada del jardín, donde las tapias tienen aire de tapias finales del mundo.
PASA EL CIRCO...
      Y todas las miserias y grandezas, que esconde la enorme cúpula de tela, van dejando su huella en el lento caminar de sus pesados carro- matos, que recorren todos los caminos del mundo. una vez más la farsa empieza...
PASA EL CIRCO...
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