Page 135 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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El panorama de asignaturas cursadas viene presidido por la aridez intelec- tual. Las materias humanísticas, por ser disciplinas de cierta incidencia ideológica, se verán impartidas entre consolidados prejuicios, repetidos tó- picos, insulsas anécdotas y memorizadas referencias. El gusto estético, en lo que a literatura se refiere, viene definido por la relamida sintaxis, y un enrevesamiento expresivo lindante con la pura cursilería; así se ejemplifica la deseable percepción de lo artístico:
Reducíase la historia literaria a las páginas del libro de texto, grueso tomo con nociones preliminares de estética traducidas o adaptadas de Levêque: “La gota de rocío suspendida de los pétalos del lirio, el puro y casto andar de la doncella, la inmensa masa del océano agitado por la tempestad...”, decía el libro para empezar a inculcarnos la noción de lo bello. El padre Blanco, oyéndonos decorar entre risas tales sandeces, se impacientaba7.
Como acostumbra a suceder, la concienciación ideológica unidireccional provoca efectos contrarios en quien la recibe, y no resulta extraño pensar que esta circunstancia sea el origen de la voluntad reformista de Azaña, el poderoso revulsivo que le hará anhelar en el futuro un profundo cambio de las estructuras sociopolíticas españolas. Frente al convencionalismo del con- servador pensamiento único, la “rebeldía” de la opinión propia y el racio- nalismo contestatario; pero, para llegar a estos extremos con todas sus con- secuencias, aún habrían de pasar algunos años y algunos hechos históricos: la Gran Guerra, cuyos frentes visitaría junto a Unamuno, Américo Castro y Santiago Rusiñol, y la dictadura del general Primo de Rivera, entre otros acontecimientos.
El jardín de los frailes transcurre en un aislado intramundo, donde se dis- tinguen claramente el estrato de los profesores y el de los alumnos. En cuanto a los primeros, estos aparecen ponderadamente descritos, sin extra- limitación alguna en sus posibles caracteres negativos. Debe tenerse en cuenta que esta no es, ni mucho menos, una novela anticlerical. Por el contrario, los frailes son vistos a la luz de una tolerante comprensión, que acaso el paso del tiempo, la propia lejanía del recuerdo, se ha encargado de incentivar. Los compañeros del protagonista, por el contrario, son evocados con negativa distancia; su opinión sobre ellos y el ambiente que generan es concluyente: “Hay que ser un bárbaro para complacerse en la camaradería estudiantil”8. Ese microcosmos hostil le llevará a un asumido solipsismo, a un deseo de aislamiento entre impuesto y recreativo. Estamos ante el placer de la soledad, que le llevará a un redentor ejercicio de autocontemplación, a un individualismo en el que forjará buena parte de su conocido engrei- miento personal:
El áspero compañerismo abonaba mi propensión a sublimar las cosas: un árbol, el mejor camarada, y más amable; la mejor sociedad, el bosque.
7 Ibídem, p. 657. 8 Ibídem, p. 660.
134 Jesús Ferrer Solà




























































































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