Page 214 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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4 Manuel Rojas era, además, cuñado del jefe de Gabinete de Azaña, Juan Hernández Saravia.
de reformas– no habían conseguido convertir en un instrumento leal y eficaz.
Por último, el posible indulto del general Sanjurjo puso al ministro una vez más ante un dilema de carácter ético, pero también ante el desarrollo de una filosofía de la República. En esta ocasión, el debate arrancaba de un problema militar, aunque su significación trascendía este ámbito. El 25 de agosto de 1932, después de conocer la sentencia que condenaba a muerte a Sanjurjo, Azaña reunió al Consejo de Ministros para estudiar las peticiones de indulto que había recibido. Todos los ministros, con la ex- cepción de Santiago Casares Quiroga –a quien Azaña tenía en gran esti- ma– votaron a favor del indulto. Lo contrario, según Azaña, hubiera obli- gado a la República a tomar las mismas sangrientas medidas con los protagonistas de los desórdenes sociales, lo que hubiera sido en exceso costoso: “demasiados cadáveres en el camino de la República”. Por otra parte, era innecesario crear mártires de una nueva religión antirrepublica- na cuando podía “desacreditar los pronunciamientos por su propio fraca- so y por el descrédito de sus fautores”. En conjunto, la sublevación de Sanjurjo y su rápido aplastamiento reforzaron, en la práctica, el concepto de la legalidad en el que Azaña creía firmemente como base para establecer su relación con el ejército.
Respecto a las consecuencias de los sucesos de Casas Viejas, aunque tuvieron algunas connotaciones relacionadas con la cartera de Guerra, estuvieron, sin duda, más relacionadas con su labor presidencial. Los responsables directos de los acontecimientos fueron el director general de Seguridad, Arturo Me- néndez –al que le costaría el cargo–, dependiente del Ministerio de Gober- nación, y el ministro Santiago Casares Quiroga, en su calidad de responsables de la Guardia de Asalto. Pero en el ambiente hubo un innegable componen- te militar: el jefe de la unidad de guardias de asalto enviados a reprimir la revuelta en Casas Viejas era un capitán de Artillería, Manuel de Rojas Fei- genspan, responsable directo de la masacre en el pueblo gaditano. Desembro- llar los hilos de un grave problema de orden público gestionado por militares4 se convirtió en uno de los objetivos de un ministro que, poco a poco, iba penetrando en el complicado esquema de valores y en el carácter de un ejér- cito cuya mentalidad no alcanzó a comprender en su complejidad.
El ministro desencadenó una reforma efectiva y coherente con las necesidades militares de un Estado democrático, pero nunca llegó a penetrar en el carác- ter de un cuerpo que se sentía movido por objetivos como su misión de sal- vadores del país o por ese concepto etéreo del valor, la jerarquía y la dignidad, incompatibles, de hecho, con la esencia de la democracia. Cuando Azaña se encontraba ante las manifestaciones de estas “peculiaridades” del carácter militar, demostraba su incomprensión y su sorpresa. Un ejemplo, entre mu- chas otras situaciones similares, fue la reacción íntima de Azaña ante la anec- dótica solicitud de que Sanjurjo vistiera su uniforme militar en prisión:
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