Page 215 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Villanueva, director del Liberal, me escribe enviándome una carta que le ha dirigido el general de la reserva Luis Bermúdez de Castro, horrorizado porque a Sanjurjo le han vestido el uniforme de presi- diario. Añade que habría sido más piadoso matarlo. Pretende Bermú- dez que, como Caballero de San Fernando, Sanjurjo tiene derecho al uniforme militar, y a llevarlo dentro del presidio. Estos militares son extraordinarios. ¡Les parecerá un honor que su sagrado uniforme se luzca en un penal!5.
Modernización, eficacia y subordinación al poder civil de carácter demo- crático fueron los objetivos de las grandes reformas militares de Azaña, unas de las más costosas en la política reformista republicana. Aunque el intento era necesario, los resultados chocaron con la ancestral configuración de un ejército cuyos miembros, en su gran mayoría, no aceptaban –como la Igle- sia– su dependencia de otro poder, ni siquiera del poder del Estado. Sin embargo, Azaña se sintió satisfecho con los cambios en el ejército y, aunque sus colaboradores más directos le dieron permanente traslado de la preocu- pante situación en su seno, confió en exceso en las posibilidades de la ley. Estas líneas de su diario, después de una sesión parlamentaria, a finales de 1932, en la que sus políticas militares fueron objeto de dura crítica por parte de la oposición política, inciden en esta impresión:
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manuela aroca mohedano
Todos estos señoritos no habrían servido para bajarle los humos a un
sargento, y ahora que tienen al ejército desarmado políticamente e im-
potente para revolverse contra la República, aunque lo intentara, se
afilan los colmillos en él, a mansalva. Aquí hubiera querido yo verlos.
[...] Es muy notable que pretendan hacerme pasar como impulsor de
los armamentos militares. Yo he sido el primer político español que ha
reducido los gastos del ejército, que ha reducido el ejército mismo, y
que ha puesto las cosas en vías de una transformación mayor, profunda,
con miras al mañana. [...] Mi política en el Ministerio de la Guerra
tuvo un éxito bueno y fulminante; sus cuales dificultades y peligros, yo
solo lo sé. Ahora se puede gobernar y se gobierna sin consultar a los
generales y sin hacer plebiscitos entre los oficiales de las armas, cosa
nunca vista en España desde los tiempos de Fernando VII. El año pa-
sado, el vulgo (político y periodístico) decía que ya teníamos un ejérci-
to eficaz y que ya eran imposibles las militaradas. Son dos errores; des-
iguales, pero errores. Al primero le he salido al paso, repitiendo cien
veces que preparar al ejército requiere varios años; respecto al segundo,
nada he dicho en público, porque no iba el ministro de la Guerra a
salir diciendo que aún podría haber sublevaciones militares; pero es
obvio que puede haberlas, porque contra una deslealtad las prevencio-
nes pueden fallar. Lo que importa es haber disminuido su probabilidad
y haber anulado sus posibilidades de triunfo, como se vio en agosto,
nada menos que mano a mano con Sanjurjo, que era una especie de
semidiós para los militares6. 6 Ibídem, pp. 106-107.
5 Azaña Díaz, Manuel, op. cit., p. 52.






































































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