Page 291 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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dramática: la imagen de un Azaña gesticulando en un mitin se ve flanquea- da por la de los dos generales rebeldes, Mola y Franco. Visualmente, el re- trato directo de Alcalá-Zamora ha dado paso a un montaje visual casi ein- sesteniano, muy propio de los collages ideologizados de los años treinta.
¿Un ‘ogro’ para la prensa?
Aunque la aparición de Azaña en la vida política en 1931 pudo ser una sor- presa para algunos, no lo es en absoluto para los creadores de opinión, perio- distas y escritores, que conocen a don Manuel por su intensa presencia en el Ateneo de Madrid, que entonces podía entenderse como una especie de pro- longación ‘cultural’ del Congreso de los Diputados, y por su labor en nume- rosas cabeceras de prensa, entre las que destacan La Pluma, fundada por él; España, creada por Ortega; El Imparcial, El Liberal y un largo etcétera. Así, los periodistas importantes de la época conocen bien a Azaña cuando irrum- pe en la vida política, lo que facilita considerablemente sus relaciones.
Como asegura Juliá, “contra lo que él mismo repitió una y otra vez, Azaña tenía a sus espaldas una densa biografía en la que guardaba las claves de su insólita y fulgurante proyección a la primera línea del escenario político desde abril de 1931”. Tal vez podemos considerar una ambigüedad seme- jante en el caso de la relación de Azaña con los medios de masas, especial- mente con la prensa, el medio por excelencia en aquellos momentos. Qui- zá podamos trabajar con la hipótesis de que ese desdén mostrado hacia la prensa es, cuando menos, matizable.
Una de las fuentes de ese desdén es sin duda el propio Azaña, como hemos visto, pero es confirmado también por la periodista Josefina Carabias, que recuerda que el político tenía “fama de hombre antipático” e incluso que se llamaba “ogro”. “A pesar de tener muchos amigos periodistas, Azaña se negaba rotundamente a cualquier declaración, y menos aún a que le hicie- ran reportajes de tipo personal. Las interviús [...] le causaban verdadero espanto”, escribió Carabias4.
Pero no podemos negar que Azaña era un extraordinario conocedor de los medios escritos, y por consiguiente de la opinión pública del momento. Es más, para Azaña la presencia en la esfera pública por medio de sus artículos es algo absolutamente necesario, mucho antes incluso del inicio de su ca- rrera política. Santos Juliá reconoce que, al quedarse “sin escribir en La Pluma y sin España, atraviesa uno de los momentos más tristes y desorien- tados de su vida”, lo que demuestra la importancia que Azaña le otorgaba no solo a su escritura, sino, sobre todo, a la proyección de sus ideas y de su figura en el espacio público.
Es cierto que Azaña escribe en sus diarios que su estilo de entender la “pu- blicidad gubernamental” viene marcada por la “sobriedad”, y que los perio-
4 Carabias, Josefina, Azaña. Los que le llamábamos don Manuel, Barcelona, Plaza & Janés, 1980.
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