Page 337 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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al frente del Ejecutivo para mantener la línea política de continuidad re- publicana, abrió el camino a Juan Negrín, un hombre brillante en todos los aspectos que ya había demostrado su energía y capacidad de gestión como gerente de las obras de la Ciudad Universitaria madrileña. Azaña se alegró pensando que, dada su sólida formación intelectual y probada inde- pendencia de criterio y siempre alejado de los cabildeos de la política, se podría entender con él. Pero eran dos personalidades bien opuestas que no tardaron en distanciarse. Aparte de mantener posiciones distintas ante la guerra, Azaña se consideraba preterido por Negrín, y este, hombre de de- cisiones rápidas, consideraba que Azaña muchas veces hacía más de lastre que de impulsor del Gobierno. En el Cuaderno de Pedralbes anotó estas palabras de su conversación con Negrín el 22 de abril de 1938: “¿Me lle- varán ustedes ante un tribunal por derrotista? Desde el 18 de julio del 36, soy un valor político amortizado. Desde noviembre del 36, un presidente desposeído”. Estas afirmaciones son la evidencia de que el en apariencia excelente binomio Azaña-Negrín no funcionó. Se le queja Azaña de las esperanzas que puso en su Gobierno pensando que se le escucharía, pero observa que no y que se le maltrata en sus sentimientos poniéndole siem- pre ante los hechos consumados.
Azaña, tras la caída de Teruel (20 de febrero de 1938), comprende que la guerra está definitivamente perdida y nada más iniciarse la batalla del Ebro (25 de julio de 1938) tuvo un encuentro con el ministro plenipotenciario británico, John Leche, en la ciudad de Vich, el 29 de julio. Encuentro en el que había depositado grandes esperanzas y que resultó otro fracaso más. De ahí el poco espacio que le dedica en su Cuaderno de Pedralbes. Igual- mente, se lamentaba del permanente desencuentro entre la Generalitat catalana y el Gobierno central.
Pese a su estado de ánimo y el recelo hacia Negrín, al que acusaba de querer mantenerlo aislado, tenerlo encerrado para poder actuar él como único presidente, lo que es ciertamente una valoración injusta, lucha por sobre- ponerse. En la grave tesitura nacional e internacional en que se encontraba España, Negrín necesitaba un apoyo firme y decidido para, si no ganar la guerra, sí llegar a su final en las mejores condiciones posibles, hasta el pun- to de ofrecerse él mismo para liquidar todas las responsabilidades políticas que el bando franquista habría de exigir. Y Azaña no era precisamente una gran ayuda para ello; con sus quejas y permanente malestar no hacía sino perturbar la necesaria moral de combate para mantener firmemente unido el bloque defensor de la República.
A pesar de esas gravosas circunstancias personales, Azaña fue capaz de pronunciar el discurso más memorable de todos los suyos, popularmente conocido como el de las tres pes. No es un discurso político más del jefe del Estado dirigido a todos los republicanos, que lo es, a todos los com- batientes defensores de la legitimidad de la República que luchan brava-
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