Page 338 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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mente por su honor y por su libertad. Es mucho más, como dice Antonio Machado en el prólogo citado, Azaña “ha hablado para la historia, que tanto es el alcance de su voz...”. En él, afirma que, pese a cuanto se hace por destruirla, España subsistirá, que habla para todos, pues no fue jamás un banderizo obtuso, fanático y cerril, denuncia los intereses objetivos de las potencias fascistas al margen de afinidades y simpatías ideológicas para intervenir a favor de los rebeldes y que la República acudió desde el prin- cipio a las instancias internacionales para hacer valer sus derechos. Recha- za tajantemente que se buscara una confrontación armada, nadie quería la guerra, y rechaza con pesar el desembarco en España de soldados ex- tranjeros y material de guerra que no hará sino prolongarla. La guerra entre españoles ha sido solo posible por la intervención (y la no interven- ción) extranjera y exige que se vayan todos, incluso los que voluntaria- mente han venido a defender la República. Denuncia el flaco consuelo de las ensoñaciones rebeldes por levantar un nuevo imperio español, el fra- caso de los sublevados al no poder imponerse en todo el territorio nacio- nal, los falsos supuestos sobre los cuales se trata de legitimar la rebelión ante una pretendida insurrección comunista totalmente inexistente, ha sido el odio, el miedo, la intolerancia castiza y fanática el móvil más de- terminante. El resultado no es otro que la riqueza nacional ha quedado comprometida para dos generaciones, el daño causado ya no tiene reme- dio. La grandeza de la República y de su Ejército no es ya luchar por su libertad, sino también por la de quienes no quieren la libertad, y esa es su grandeza inconfundible. La reconstrucción de España “tendrá que ser obra de la colmena española en su conjunto, cuando reine la paz, una paz nacional, una paz de hombres libres, una paz para hombres libres”. Solo entonces “se comprobará una vez más lo que nunca debió ser desconocido por los que lo desconocieron: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo”. Cerró su discurso invocando la voz de la patria eterna con unas palabras que no por recurrentemente citadas pier- den un ápice de su valor y de su grandeza:
... cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que pien- sen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eter- na que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón.
Es evidente que a partir de ahí su salud empeoró rápidamente, ya muy tocado por la deriva terrible de la guerra y la inminencia de su resultado final. Poco antes de la entrada en Barcelona de las tropas legionarias y los
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