Page 359 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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A Azaña siempre le preocupó que Franco participara en un intento de golpe de Estado y, en febrero de 1933, hizo que lo destinaran a Baleares, “donde estará más alejado de tentaciones”, como comandante general. De hecho, ambos iban a estar pronto en lados opuestos de las barricadas en octubre de 1934 –mientras Franco dirigía la represión en Asturias y Cata- luña ordenada por el ministro de Guerra, Azaña era detenido. Tras los acontecimientos de Asturias, Franco, como jefe del Estado Mayor Central bajo el mandato de Gil Robles, disfrutó anulando las reformas de Azaña. Sufrió una amarga decepción con la victoria del Frente Popular y el regreso al poder de su contrincante. El 19 de febrero de 1936 fue apartado del Estado Mayor por el nuevo presidente del Gobierno y nombrado coman- dante general de Canarias. Franco se sintió indignado. Le dijo a Azaña que era un error y que podía ser mucho más útil en Madrid si se producía un levantamiento de izquierdas. Una vez más se sintió profundamente ofendi- do por Azaña cuando el presidente del Gobierno desestimó su oferta.
En contraste con la relativa fama de Franco, antes de 1931, Azaña era prác- ticamente un desconocido, salvo para un pequeño círculo intelectual. No obstante, a pesar de su anonimato, y de carecer de un partido bien organi- zado, llegó al poder por aclamación popular. Su visión de una nueva Espa- ña liberada del lastre del caciquismo, la Iglesia y el Ejército, llegó al corazón de muchos españoles de a pie. Sin embargo, la derecha nunca perdonaría al burgués educado de Azaña que promoviera la reforma y modernización del país.
La concepción de la política como servicio impersonal y desinteresado al bienestar general impregna todos los escritos y discursos de Azaña. Quedó patente cuando le preguntó a Alejandro Lerroux en las Cortes: “Si yo hu- biese sido ambicioso, ¿cree su señoría que me hubiese pasado bastantes años en una biblioteca escribiendo libros que no le importan a nadie, ni a mí mismo que los escribía?”. En ese mismo discurso explicó su visión de la actividad política: “Me he impuesto la disciplina, el deber y el sacrificio de tragarme mis sentimientos personales, mis inclinaciones y mis devociones más íntimas, para inmolar todo lo que es personal en aras del servicio pú- blico”. Hizo una realista y cruda valoración de sus logros y de sus deficien- cias y terminó diciendo: “Es que como no aspiro a nada, ni quiero ser nada, ni me propongo ser nada, no tengo que solicitar el concurso de nadie para nada... Yo sé cuál es mi horóscopo; lo ha hecho persona de autoridad, y como soy crédulo y algo tímido, me atengo a él: en la oposición no signi- fico nada”8.
Al dejar el Gobierno, lo único que sintió fue alivio por poder volver a sus libros y sus tertulias y huir de la aridez de la política: “Despertar de una pesadilla [...] recobré el trato con mis libros y papeles. Me di un hartazgo de lectura colosal. Sed atrasada. Régimen correctivo de una deformación peligrosa. Porque nada estrecha tanto la mente, apaga la imaginación y
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Carta autógrafa de Manuel Azaña dirigida al presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, renunciando a su cargo de presidente de la República. Collonges-sous-Salève, 27 de febrero de 1939
Ministerio de Cultura y Deporte. Archivo Histórico Nacional DIVERSOS-MARTÍNEZ_ BARRIO, 26, Exp. 111, n.2, 3a
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8 Ibídem, vol. II, pp. 862-874.
9 Ibídem, vol. IV, p. 661.
10 Márquez Tornero, Andrés Cecilio,
Testimonio de mi tiempo (memorias de un español republicano), Madrid, Editorial Orígenes, 1979, p. 115.























































































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