Page 39 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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plaza Mayor, al tiempo que también servía para delimitar los terrenos uni- versitarios.
Afortunadamente, el vecindario de Alcalá –escribe Alberto Jiménez Fraud en Historia de la Universidad Española–, que, a falta de conciencia histórica en la clase directora y gobernante, sintió la afrenta moral, se alborotó en masa, invadió la capilla de la Universidad, sacó los restos del gran Jiménez de Cisneros para trasladarlos a la Magistral de San Justo y devolvió al comprador los mil duros que había dado por los edificios.
El 12 de enero de 1851 se aprueban por unanimidad las bases de la Socie- dad de Condueños, redactadas por Gregorio Azaña, notario y escribano de número. En ellas se determinaban los derechos y obligaciones de aquellos suscriptores que, a razón de acciones de 100 reales, se habían convertido en los garantes de la conservación del patrimonio cultural alcalaíno.
La ciudad, ahora empobrecida ante el abandono de los estudiantes e insti- tuciones universitarias, aún no había olvidado los fallidos resultados de la desamortización de Mendizábal cuando, a partir de 1835, la mayor parte de las propiedades de las órdenes religiosas pasaron a manos de terratenien- tes a precios irrisorios y desaparecieron conventos y congregaciones. Entre los condueños figuraron personas de toda condición social, movidos por el deseo no solo de recuperar los simbólicos edificios, sino con la esperanza de que la Universidad regresase a su sede originaria. Aunque también habría que señalar que una buena parte de esos condueños la formaban aquellos compradores de los bienes desamortizados convertidos en terratenientes, como los Ibarra, Urrutia, Septién, Azaña, Rosado...
La familia de los Azaña estaba arraigada en Alcalá desde finales del si- glo xviii, figurando entonces Diego como labrador, Nicolás como escriba- no y Miguel como secretario del ayuntamiento, a quien, en 1812, sustitui- rá en el puesto el hijo de Nicolás: Esteban Azaña Hernández, liberal doceañista que más tarde, en 1820, desde un tablado erigido en la plaza Mayor, proclamaría la Constitución de Cádiz. Su hijo Gregorio Azaña Ro- jas organizó en 1854 la Milicia Nacional y resultaría elegido vocal de la Junta Revolucionaria de Alcalá en 1868. Aparecerá también como miembro de la Junta Directiva en las actas de una Sociedad de Condueños que rei- vindicaba, constantemente pero sin éxito, la restitución de la Universidad a la ciudad. En 1860, desde su cargo de secretario de la Junta Directiva de la Sociedad de Condueños, cede gratuitamente el edificio central de la Universidad a los Padres Escolapios para que de nuevo se impartan clases como colegio de segunda enseñanza en sus aulas abandonadas. A pesar de su probado liberalismo, Gregorio, que ya formaba parte de la élite alcalaína como terrateniente, no duda en enviar a su hijo Esteban para que se integre con los primeros alumnos del colegio, junto a Manuel Ibarra y otros cono-
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