Page 40 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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cidos apellidos de la burguesía local, protagonistas pocos años más tarde de la vida política. Esteban Azaña Catarineu, de salud delicada, dedicará su tiempo al cuidado de las tierras, las industrias familiares y cierto interés por la política local; por tanto, con claras aspiraciones en alcanzar un puesto relevante en el Ayuntamiento. Consiguió una concejalía en 1875, y más tarde, en las elecciones de 1877, ocuparía una primera tenencia de alcaldía. Sería confirmado como alcalde en 1879 y se sentiría orgulloso de haber erigido un monumento a la memoria de Miguel de Cervantes en el centro de la plaza Mayor, tal y como describe en las últimas páginas de su extensa Historia de Alcalá de Henares de dos tomos, publicados en 1882 y 1883: “La émula de Salamanca, volvía hoy por sus grandezas, levantando sobre sus ilustres ruinas un monumento nuevo, la estatua de su predilecto hijo Miguel de Cervantes Saavedra”.
El 10 de enero de 1880, en la tercera página del diario vespertino La Co- rrespondencia de Alcalá, se recogía la noticia de que ese mismo día, a las once y media de la mañana, había dado a luz doña Josefa Díaz-Gallo, quien, según se comentaba en la nota: “Se encontraba en perfecto estado de salud, al igual que el recién nacido, al que pondrían el nombre de Ma- nuel”. Segundo hijo del matrimonio con don Esteban Azaña, alcalde de la ciudad. En una ciudad empobrecida y estancada entre el recuerdo de su pasado glorioso, los efímeros esfuerzos de la prensa trataban de reavivar el interés por la cultura y la actualidad. La Correspondencia de Alcalá se subti- tulaba “Diario Universal de Noticias. Eco imparcial e independiente de la ciudad y su partido”. Apenas alcanzó los tres meses de existencia. Fue otro fallido intento por querer establecer en Alcalá una prensa periódica que ya había conocido su primer antecedente en 1871 con la aparición de El Por- venir Complutense, que solo llegó a publicar trece números.
Manuel Azaña solía afirmar que las raíces de su sensibilidad estaban arrai- gadas en Alcalá y El Escorial. En abril de 1920, Cipriano Rivas Cherif logra convencer a Azaña para fundar una revista y de este modo “obligarle a es- cribir”. El primer número de La Pluma aparece en el mes de junio de ese mismo año. De carácter mensual, contenía 48 páginas. La revista acogió generosamente en sus páginas a las más destacadas firmas de las tres gene- raciones literarias que conformaron la Edad de Plata de nuestra cultura. Valle-Inclán y Unamuno cedieron algunas de sus obras teatrales, que se fueron publicando por entregas en los distintos números mensuales. Del mismo modo aparecieron novelas de Gómez de la Serna y Pérez de Ayala. El número 32, un extra de 96 páginas, estuvo dedicado íntegramente a don Ramón María del Valle-Inclán, con artículos de Antonio Machado, Ricar- do Baroja, Jean Cassou y Corpus Barga, entre otros. Juan Ramón Jiménez también frecuentó aquellas páginas, al tiempo que algunos de los jóvenes poetas del 27 daban a conocer allí sus primeros versos: Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas o Gerardo Diego. Por tanto, Cipriano de Rivas Cherif alcanzó su ansiado propósito, no solo cofundar una revista
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