Page 391 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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sea un hecho. Cuando grandes poderes privados disponen de la capacidad de imponer a gran parte de la ciudadanía su concepción del bien, cuando los mercados, conformados como oligopolios, permiten el secuestro del Estado por parte de los inmensos imperios económicos, la neutralidad re- publicana significa intervención activa, no tolerancia pasiva y que gane el más fuerte. Esto es, interferencia de la República para limitar la base eco- nómica o institucional de personas, empresas o cualquier otra corporación particular, que amenacen con disputar con éxito al Estado su derecho a determinar lo que es de pública utilidad.
La adscripción de Azaña a la concepción de la “neutralidad del Estado”, propia de la tradición republicana democrática y jacobina, se haya expues- ta con claridad en las palabras pronunciadas en el importante discurso del 11 de febrero de 1934 en el Coliseo Pardiñas de Madrid: “¡Ah! Ese Estado imparcial, frío, indiferente, regido por una supuesta imparcialidad y auste- ridad no es el mío [...] sino el otro, el impulsor, el creador, el director, el orientador”. Un Estado que ha de ser además radicalmente democrático, como ya había dicho tajantemente en el mitin de la plaza de toros de Madrid en 1930: “La República será democrática, o no será”.
Pero si la supuesta indefinición de su compromiso ha sido especie común, su pretendida aversión a lo militar adquiere ribetes especiales por su labor normativa como ministro de la Guerra. No será ajeno a las acusaciones de maltratar al ejército español y haber tratado con desprecio a los militares el hecho de que la sublevación de 1936 fuese protagonizada en parte por oficiales con los que Azaña había despachado con habitualidad, y en los que en buena medida había confiado.
Cuando asumió la cartera ministerial, no era precisamente un advenedizo en materia militar. Desde 1915 había escrito críticamente en prensa sobre el papel político tradicionalmente asumido por el ejército español. Y en 1918 fue el encargado de redactar y defender la ponencia de Guerra y Marina en la asam- blea del Partido Reformista, del que formaba parte. También es conocida la publicación en 1919 de sus Estudios de política militar francesa, que son fruto de sus investigaciones y sus visitas a los frentes durante la Gran Guerra.
Para Azaña, las fuerzas armadas debían estar al servicio del Estado, basar su orden en la eficacia y mantener la neutralidad ante las contiendas políticas. De acuerdo con el republicanismo clásico, el ejército debía ser “la nación en armas”. No era partidario, por tanto, de un ejército profesional y permanen- te, sino de uno asentado en el servicio militar de los ciudadanos en tiempo de paz, por el tiempo estrictamente necesario para recibir la instrucción militar, como garantía democrática de compromiso cívico en la defensa nacional.
Como ministro de la Guerra promulgó un conjunto de decretos entre abril y septiembre de 1931 encaminados al diseño de un ejército moderno.
390 josé miguel sebastián carrero y juan carlos talavera lapeña




























































































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