Page 392 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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La reforma perseguía dignificar la condición de la tropa y de los cuerpos de suboficiales y oficiales, reorganizar y racionalizar las escalas, diseñar una nueva organización territorial, suprimir las capitanías generales, democra- tizar y modernizar la enseñanza militar, unificar las jurisdicciones y dotarlo de presupuesto y material. Asimismo, para ello era indispensable acabar con la macrocefalia y sobredimensión de la que adolecía el ejército desde las guerras coloniales. Ante el abandono en que se encontraba la institución militar en España por la incuria de los sucesivos gobiernos monárquicos, Azaña propugnaba unas fuerzas armadas eficaces y, en sus propias palabras, “reducidas a su función”: la de prepararse para la guerra y para responder a las amenazas a la independencia nacional. Esto, obviamente, no es aversión a la institución armada o a los militares, sino tener en un alto concepto el papel que debían desempeñar las fuerzas armadas en una República. Justa- mente de ese reconocimiento son estas palabras incluidas en el discurso pronunciado el 2 de diciembre de 1931 en las Cortes, donde defendió las líneas maestras de su política militar: “La República es obedecida por todos y dentro del ejército con mayor devoción y con mayor abnegación, porque quizá dentro del ejército estén las personas que han tenido que mutilar más sentimientos íntimos y más obligaciones anteriores. Esto, lejos de ser una tacha para los que tal hacen, es un motivo de respeto”.
En suma, la reforma militar de Azaña y su equipo de asesores, encabezado por el teniente coronel de Artillería Juan Hernández Saravia, a quien es de justiciar recordar, no buscó sino racionalizar un ejército al servicio de una democracia. Prueba de ello es que desde nuestra transición democrática las sucesivas reformas militares llevadas a cabo, con especial mención a la labor de Narcís Serra, guardan una clara inspiración en los principios que guiaron la política militar azañista.
Las enunciadas atribuciones falsas relativas a su carácter y orientación ideo- lógica pretenden hacer el dibujo de una persona soberbia, prejuiciada e intransigente. Semejantes intentos hacen sospechar plausiblemente en este caso –y seguramente en otros– que quien es así caracterizado tal vez posea los rasgos contrarios. Manuel Azaña no era ajeno a estos intentos. De su intransigencia tal vez dé buena cuenta esta amable disposición a transigir con sus propios mitos (de su diario del 18 de octubre de 1931): “Y han dado en presentarme como un hombre de puños, de voluntad de acero, impasible, inflexible, etcétera, etcétera. Esto es muy gracioso y bastante instructivo. La gente se cree los mitos que le hacen falta, y es posible que uno concluya por ser como la gente quiere o necesita”.
algunos mitos o inexactitudes sobre el pensamiento de azaña 391































































































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