Page 413 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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La organización territorial del Estado
Por razones históricas, que sería largo expresar en este comentario, el Estado en España se fue desacreditando a lo largo de los dos últimos si- glos. Al contrario que nuestros vecinos europeos, que, paulatinamente, fueron actualizando ideológicamente sus estados respectivos, los españo- les que deseaban el cambio se encontraban con la necesidad de cambiar su propio Estado, o mejor dicho, acometer su reconstrucción. Tal era su ruina y descrédito.
Eso explica que, cuando España se ha abierto a las ideas democráticas y de progreso, siempre han aflorado sentimientos generalizados de anticentra- lismo, que provocaban la necesidad de enunciar formulaciones políticas nuevas.
Azaña se refirió a la debilidad de nuestro Estado como premisa para formu- lar una visión nueva que diera cobijo a las ansias de su reforma, al tiempo que sirviera para desactivar todo un conjunto de fuerzas centrífugas cuyo protagonismo y exigencias podrían arruinar a la República.
Hubo en España una ocasión [...] en que pudo nacer y fundarse con vigor y con un porvenir espléndido una política de Estado nacional, uniforme, asimilista; esta ocasión fue la Guerra de la Independencia. Toda la historia política, y aun la no política, de España en el siglo xix está determinada por la Guerra de la Independencia; pero entonces, así como faltó un Estado bastante inteligente, o un poco inteligente si- quiera, para recoger la conmoción nacional provocada por la guerra, también faltaron estadistas, pasada la guerra, para recoger políticamen- te el fruto de aquella conmoción nacional, que instantáneamente había unido en un solo ideal común a todas las regiones de España y había sacado de cuajo los cimientos, las raíces más profundas de la raza espa- ñola. Aquello se dejó perder, entre otros motivos, porque el rey que ocupaba el trono de España más se atuvo a su despotismo, a su tiranía y a su poder personal que a los intereses de la nación y ahogó, bajo una persecución brutal, en un lago de sangre, los impulsos naturales y es- pontáneos que hubieran podido librar a España de aquel estado en que se encontraba. Cuando se instaló en España un débil remedo, una débil semejanza del régimen parlamentario –pronto hará un siglo–, el Estado español no tenía fuerza, no tenía instrumento, no tenía ni si- quiera contenido que poner en su política de asimilación; disponía del concepto, pero no de los medios y del contenido. Los liberales españo- les, los liberales del liberalismo parlamentario, tuvieron la desgracia, o se vieron forzados a pasar por ella, de aliarse con la dinastía reinante en Madrid, porque reducido aquel pobre liberalismo a unos cuantos cien- tos de familias parlamentarias, y necesitando del prestigio de una Co- rona, cuando la rama despótica, absolutista y católica se insurreccionó, por buena política tuvieron que apoyar a la rama que quedaba en Madrid,
1 Azaña, Manuel, Obras completas, edición de Santos Juliá, Madrid, Cen- tro de Estudios Políticos y Constitu- cionales, 2007, vol. 3, p. 348.
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