Page 76 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Hay cierta amargura, un sabor agridulce, y todo suena a despedida de una institución a la que había dedicado tantos años, y a la que había dado pres- tigio, sobre todo en los últimos tiempos. El Ateneo le debía su propia exis- tencia, cuando, a pesar de estar retirado de la vida ateneísta, había conocido la intención de Primo de Rivera, a comienzos de 1928, de “fusionar” la Docta Casa con el Círculo de Bellas, dando incluso pie a una operación urbanística que tenía como finalidad hacerse con el solar de Prado 21. Aza- ña se dio de alta en el Círculo de Bellas Artes y hizo una magistral interven- ción en la Junta de Socios de la entidad “absorbente”, desaconsejando por ruinosa la operación, con lo que consiguió desbaratar la jugada del dictador. Era una suerte de balance de su paso por el Ateneo, al que había llegado el 10 de diciembre de 1900, poco antes de colegiarse como abogado, y de iniciar su fecunda actividad en la Academia de Jurisprudencia.
Pero aún no estaba escrita toda la historia de su vinculación con la entidad, todavía tendrá ocasión de conocer que era cierto aquello de que su posición allí era muy fuerte, como él mismo había comentado. Tras su salida del Gobierno, y en particular durante la persecución inmisericorde que el go- bierno radical-cedista realizó contra él, Azaña tuvo en el Ateneo uno de los más sólidos puntales para su “resurrección”. En los momentos más difíciles, en el otoño de 1934, cuando estaba preso en el puerto de Barcelona, sus seguidores, que eran mayoría en la Casa, desafiaron al Gobierno eligiendo al procesado presidente de la Sección de Ciencias Morales y Políticas, a fin de que tuviera, apenas abandonase la injusta prisión, una tribuna desde la que expresarse, además de implicarse muchos de los socios en la campaña para obtener su libertad. Meses después, el Ateneo también fue importante a la hora de conseguir que la campaña de discursos en campo abierto fuera un éxito, implicándose muchos socios y socias como afiliados o simpatizantes de Izquierda Republicana, y convirtiendo el Ateneo en el centro organizador del mitin de Comillas, tal y como se puede leer en la prensa de la época.
Azaña no se olvidará de estos gestos, y en los años difíciles de la Guerra Civil se ocupará de que la Docta Casa pueda sobrevivir, con la casi totalidad de su Junta de Gobierno en cargos de gran responsabilidad, en el Gobierno o en el Ejército, sin medios económicos para subsistir, con su viejo amigo Bernardo G. de Candamo, socio bibliotecario, como único directivo al frente del Ateneo. La memoria del Ateneo siguió presente casi con seguri- dad en la vida de Azaña, incluso en los amargos días del exilio, pues la mayoría de quienes le rodeaban eran ateneístas, y sin duda compartían no solo más de treinta años de recuerdos, si no la preocupación por el futuro de una entidad tan relevante en la historia propia y en la de España.
manuel azaña y el ateneo de madrid, una relación agridulce 75































































































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