Page 57 - El retrato español en el Museo del Prado
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                hacia cualquier tipo de desnudo femenino. Estamos también ante una especie de juego de apariencias, muy del gusto del momento: la niña desnuda es algo más, pues sus proporciones y los racimos que adornan su cabeza o sostiene en su mano la convierten en Baco. Y en cuanto a la versión vestida, su espléndido ropaje encarnado busca deliberadamente el contraste y hace mucho más explícito el desnudamiento de su cuadro compañero. Naturaleza, fábula y artificio se conjugan en estos cuadros de los que se ha dicho que son un precedente de las Majas de Goya (Museo del Prado, P-741 y P-742). Éste los pudo ver en las Colecciones Reales, para las que fueron pintados.
Pero los tiempos cambian, y los criterios sobre el desnudo y el decoro también. Por eso, estos cuadros, que durante mucho tiempo fueron fun- damentalmente representaciones de un prodigio natural, a principios del siglo XIX variaron su significado. Cuando en 1827 se revisó el palacio de la Zarzuela para proveer de pinturas al Museo del Prado, se decidió enviar sólo la versión vestida, y se argumentó contra el envío de su compañera invocando su desnudez. Era una obra incómoda que hería algunas sen- sibilidades. Por eso, el rey Fernando VII se deshizo de ella regalándosela al pintor Juan Gálvez. Una generosa donación en 1939 hizo posible que ambos cuadros volvieran a reunirse en el Museo del Prado.
JAVIER PORTÚS
BIBLIOGRAFÍA: Cabezas 1680; Palomino [1724] 1986, pp. 288-89; Allende-Salazar y Sánchez Cantón 1919, pp. 245-46; Marzolf 1961, pp. 90-91 y 170-72; A. E. Pérez Sánchez en Madrid 1986, pp. 108-10, n.o 31; J. Álvarez Lopera en Itinerante 2006-7, p. 114, n.o 32; López Vizcaíno y Carreño 2007, p. 382; Ruiz Gómez 2010, p. 23; J. Portús en Brisbane 2012, p. 98, n.o 10
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