Page 33 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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protagonista, un enfermo recluido en el nosocomio, es mucho más inteli- gente que sus enemigos políticos, policiales y millonarios. Incluso las más bellas mujeres, casi siempre cabareteras, le tienen un particular cariño, qui- zás maternal. ¿Quién puede resistirse a semejante protagonista?
Interrumpida, pues, durante años, Mendoza retomó la novela de los pro- digios seguramente antes de 1985 y la concluyó con tanta fortuna que coin- cidió con la declaración de Barcelona como Ciudad Olímpica en octubre de 1986. ¿Casualidad? ¿Genio mercantil? ¿Astucia del Espíritu? ¿Una mé- dium neoyorkina? Da lo mismo, la novela contaba la historia de Barcelona entre dos momentos igualmente mundiales, las Exposiciones Universales de 1888 y 1929, por lo que es posible que en realidad Mendoza pensara en el bicentenario de la primera Exposición Universal. Para tan relevante efe- méride lanzaba la historia moderna de la ciudad con su habitual sorna, des- parpajo e ironía. Asombrosamente, ningún político se percató del carácter corrosivo de la novela, con un alcalde de Barcelona que es una de las figuras más graciosas que ha pergeñado Mendoza e inequívocamente parecido al entonces munícipe barcelonés. Esta segunda obra maestra fue un éxito mundial.
Tengo que citar de nuevo a quien fuera el crítico más intransigente de aquellos años, Juan Benet. En un artículo publicado por la revista Saber leer en enero de 1987, decía:
Con toda desvergüenza (...) declararé que La ciudad de los prodigios es una de las novelas que más me ha complacido en los últimos años, tal vez decenios.
Se extendía luego en explicar la novedad inaudita de la novela dado el pa- norama de la literatura española en aquellos años y concluía con este juicio:
La afición de Mendoza, ya demostrada en su primera novela, a observar la historia por detrás (o como decía Ortega: «a levantar las faldas al problema») y suministrar al lector el revés del estereotipo es, sin duda, uno de los artifi- cios más estimulantes; es el don de la revancha hacia el hecho pasado que desde el respeto no es posible alcanzar.
Porque, en efecto, no se trataba de una novela histórica sino de una burla radical sobre la seriedad de la historia oficial. No ha habido momento más
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