Page 25 - 100 años en femenino
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entre los sexos y pueden, en parte, explicar la resistencia hacia la concesión del sufragio femenino. El culto a la mujer ideal, cuya única vía de autorrealización y justificación social era la maternidad y el cuidado del hogar, quedó reforzado por la atribución de una serie de características asignadas a cada sexo. Así, se mantenía que la razón, la lógica y la capacidad intelectual eran prerrogativas del hombre trabajador y ciu- dadano, mientras los sentimientos, la afectividad, la dulzura y la abnegación eran característicos de las mujeres, evocadas como seres domésticos, relegados al hogar.2 Evidentemente este modelo de género fue muy eficaz para reforzar la idea de que la mujer estaba dotada de forma natural para dedicarse por completo al esposo y a la familia. En el varón, en cambio, su supuesta naturaleza conllevaba la asignación de los espa- cios del trabajo, la política y la cultura: «Los hombres elabo- ran las leyes, gobiernan las naciones, se dedican a la industria, las artes, las ciencias...», escribió el doctor Polo Peyrolón, «en tanto que las mujeres crean costumbres, ya que contro- lan directamente el corazón de los hombres como esposas y madres».3 Además, la invasión femenina del terreno público asignado al hombre fue considerada peligrosa para el orden patriarcal establecido. En 1922, el escritor español Escartín y Lartiga aún invocaba tradicionales estereotipos de género y la gran amenaza que representaba para cualquier mujer pre- tender ocupar el espacio público reservado a los hombres:
El valor del hombre es activo, el de la mujer es pasivo [...] El sufrimiento es el que valúa el temple del alma, la superioridad de la mujer [...] El hombre es reflexivo, analizador; la mujer, imaginativa. En el primero, obra principalmente la razón, la conciencia; en la segunda, el sentimiento, el afecto. El primero es excepcionalmente apto para la vida pública, para la vida de relación, para el comercio social; la segunda es, por esencia, el ángel del hogar. Y ¡ay! de la Humanidad, y ¡ay! de la mujer, si un día el ángel deja abrasar sus tenues alas en el fuego destructor de la soberbia y abandona el oculto y amoroso albergue donde siempre viviera, para lanzarse locamente en el raudo torbelli- no de esa vida pública en medio de la cual el hombre tiene que reñir las más violentas y terribles batallas.4
Cabe remarcar que los propios Estados europeos desempeña- ron un papel decisivo en regular las relaciones de poder entre los sexos de modo que, junto al discurso de género, las nor- mas económicas, legales, educativas y políticas garantizaban la desigualdad y regulaban los roles apropiados de género. En el terreno legal, tanto bajo el Código Napoleónico como bajo la Ley Común inglesa, la mujer casada carecía de derechos
26—Mary Nash Las mujeres en el último siglo