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Desde los quince años he estado implicado en procesos donde se unían el arte y la tecnología. Y desde mi experiencia me gustaría dar una visión muy personal sobre esta intersección entre el arte y la neurociencia y acerca de este viaje en el que se ha pasado de una idea a una metodología y un sistema concreto capaz de cuantificar la respuesta frente al arte.
Entendiendo la tecnología como una prótesis, es decir, como todo lo que «amplifica» al ser humano y lo «libra» de sus limitaciones orgáni- cas proyectando su extensión hacia una nueva realidad que podemos denominar como una realidad líquida.
En ese proceso, básicamente autárquico, sin refe- rencias, sin libros y sin ninguna documentación, la intuición se volvió mi única herramienta para percibir la verdadera trascendencia del hecho artístico y su impacto sobre la sociedad.
Eso sí, he contado con ciertos elementos de refe- rencia, como los grandes experimentadores que se reflejan en los libros clásicos de psicología del color provenientes de estudios de autores como Kandinski, la teoría de la Gestalt o la escuela de la Bauhaus. En ellos, por ejemplo, se analizaban el impacto del color y la abstracción en el espec- tador con técnicas basadas en la observación,
la experimentación y el método de «prueba y error», las únicas vías posibles de investigación en su época.
Leyes como la de figura-fondo, la de pregnancia o la de agrupación, los juegos con diferentes perspectivas, o todas las combinaciones prove- nientes de las diferentes teorías del color, senta- ron las bases de un recorrido que posteriormente técnicas mucho más sofisticadas, como las derivadas de la neurociencia, han podido verificar por medios digitales.
El arte en sí mismo considero que siempre ha sido la punta de lanza de la innovación, y constituye un inequívoco «testigo de su tiempo» tanto en sus etapas más clásicas como en las vanguardias
históricas y en el contemporáneo. Quizás nos cueste detectar esa función narrativa desde las nuevas vanguardias actuales, pero yo lo achaco
a un problema de falta de perspectiva, ya que la historia nos enseña que siempre ha sido así y, por tanto, creo que solo es cuestión de tiempo.
Como artista a medio camino entre el arte y la ingeniería, siempre me escandalizó el contraste existente entre el «rigor pasional» del artista, donde el método, la búsqueda de la excelencia
y en definitiva su vocación en su grado más superlativo lo inunda todo y «el mundo del arte» o «el mercado», un lugar mucho más cuantita- tivo que cualitativo, donde todos los criterios se conforman por variables como el contexto, la localización geográfica o el acceso a los medios y al beneplácito de las instituciones. El arte actual se ha convertido en un asunto político y de bienes tangibles.
En este punto nació la visión de NeuroCulture como la necesidad de devolverle a la sociedad su instrumento de innovación más importante (el arte) y sentar las bases en cuanto a la creación de objetividad en el «hecho artístico e historicista». Como artista, jamás podría haber expuesto estos conceptos sin la ayuda de un equipo increíble y la colaboración de distintos expertos con un mismo propósito: conocer la pulsión más primaria del ser humano al enfrentarse a una propuesta crea- tiva. Recordemos que «lo artístico» es una de las pocas capacidades intrínsecamente humanas que plantean nuestra singularidad frente al resto de los seres vivos. Una actividad «aparentemente» sin función de utilidad definida y que también «aparentemente» no aporta ningún beneficio directo para nuestra supervivencia.
La primera fase, tras nuestro descubrimiento
de la neurociencia, se centró en la búsqueda de experiencias anteriores en el campo artístico. Los primeros pasos fueron bastante penosos, experiencias puntuales entre las que cabe destacar toda la visión del maestro, amigo y creador de la neurociencia António Damásio. De origen portugués, el profesor Damásio dirige
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Cultura inteligente: Análisis de tendencias digitales