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En la década de 1950, editores, libreros y bibliote-
carios unieron fuerzas para desafiar la campaña
del «miedo al rojo» del senador de Wisconsin
Joseph McCarthy para purgar libros de supuestos
«autores comunistas».
En 1964, los editores desafiaron con éxito una
ley de Rhode Island que prohibía libros supues-
tamente obscenos y la Corte Suprema de los
Estados Unidos, en «Bantam Books v. Sullivan»,
no solo anuló la ley por inconstitucional, sino que
también estableció un estándar legal de obsce-
nidad que se mantiene hasta el día de hoy. En la
década de 1980, los defensores de la libertad de
lectura una vez más se levantaron para defender
libros de autores como Judy Blume contra los
desafíos organizados de grupos religiosos y
políticos conservadores.
El establecimiento y la adopción casi
universal de procedimientos formales para
impugnar libros en escuelas y bibliotecas
marcaron una diferencia clara y mensurable.
Como explicó el defensor de la libertad de
expresión y ex director ejecutivo de la Coalición
Nacional contra la Censura, Chris Finan, en un
artículo de opinión de septiembre de 2022 para
Publishers Weekly4, los desafíos a la libertad de
lectura tienden a presentarse en oleadas. Pero
hasta ahora, tales desafíos han terminado en su
mayoría fortaleciendo el derecho a leer y publicar
libremente, ya que los tribunales de los Estados
Unidos han emitido sistemáticamente fallos que
han fortalecido y explicitado las protecciones de
la libertad de expresión ampliamente consagra-
das en la Primera Enmienda de la Constitución
de los Estados Unidos.
También es importante destacar que, a partir
de las orientaciones de los tribunales, a finales
de la década de 1980 prácticamente todas las
bibliotecas y escuelas de los Estados Unidos
habían adoptado procesos y procedimientos
formales para que los padres y los ciudadanos
desafiaran formalmente los libros que considera-
ban cuestionables.
Como ha escrito Finan, el establecimiento y
la adopción casi universal de procedimientos
formales para impugnar libros en escuelas y
bibliotecas marcaron una diferencia clara y
mensurable. Por un lado, ahora había un lugar
para que los padres preocupados plantearan
y discutieran sus objeciones. Y por otro, se
protegía la libertad de lectura. Anteriormente,
no había nada que impidiera que un funcionario
escolar o de biblioteca simplemente retirara los
libros rechazados de las bibliotecas y escuelas y
había pocos recursos más allá de costosos litigios
para aquellos que quisieran detener estos actos
de censura silenciosos y cotidianos.
En cifras
Gracias a la mencionada protección de los
tribunales y al establecimiento de adecuados
procesos de impugnación, el número de intentos
de censura rastreados por la Oficina de Libertad
Intelectual de la Asociación Estadounidense de
Bibliotecas (ALA, por sus siglas en inglés) se man-
tuvo relativamente bajo durante décadas. Como
ha señalado Caldwell-Stone5, de la ALA, desde
2001 hasta 2020 el número promedio de títulos
de libros únicos seleccionados para censura cada
año, según el seguimiento de la ALA, fue de 273.
Y el número más alto de títulos únicos impug-
nados en un solo año durante este período de
veinte años fue de 390, en 2004.
Sin embargo, en 2020 la preocupación estaba
aumentando en la comunidad bibliotecaria de los
Estados Unidos. En enero de 2020, los defenso-
res de la libertad de expresión y las bibliotecas
4 https://www.publishersweekly.com/pw/by-topic/
columns-and-blogs/soapbox/article/90288-there-
s-no-time-to-despair-over-book-bans-just-to-fight-
them.html
5 https://americanlibrariesmagazine.org/wp-con-
tent/uploads/2024/04/state-of-americas-libra-
ries-report-2024.pdf
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