Page 5 - Barbieri. Música, fuego y diamantes
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BARBIERI, ENTRE SOL Y CORTES
De Francisco Asenjo Barbieri dejó escrito el compositor donostiarra Antonio Peña y Goñi: “en cuanto se sienta al piano... ya está allí la zarzuela soplándole al oído”. Su obra fue la obra de un genio, de uno de esos talentos que dan luz a su tiempo, el siglo xix, que inno- van y rozan los cielos sin dejar nunca de tener un pie en la tierra, bien incardinado entre los artistas y pensadores de su época. “Escribir pronto y mucho no ofrece dificultades de gran monta”, añadía Peña y Goñi, “pero unir a la rapidez y facilidad, la belleza, es don pri- vilegiado que solo a privilegiadas naturalezas es dado alcanzar. Barbieri es una de ellas”.
No fue un genio español al uso: fue un triunfador. Pronto conoció la fama y la for- tuna, y no desaprovechó un segundo de su vida para seguir haciendo historia en todos aquellos campos del arte y la cultura que tuvo ocasión de transitar. No vivió tiempos de paz, sino de ardor político y de tensión intelectual e ideológica. No fue ajeno a nada de lo que sacudió su tiempo.
Muy cerca del corazón cultural de Madrid, en una pequeña habitación del tercer piso del número 26 de la Carrera de San Jerónimo, Barbieri alumbró gran parte de la obra que le lanzó a la fama. Aquella fue su primera casa en Madrid, a donde había regresado en 1846 tras un periplo teatral por provincias. No parece casualidad que en ese mismo edificio, que hace esquina con la calle Echegaray y desde hace décadas alberga un ho- tel, se instalara también la Unión Musical Española, que publicó más tarde varias de las partituras del compositor.
Cuentan sus biógrafos que a mediados del siglo xix, en un momento delicado para la política española, el músico tuvo que avanzar en su obra musical abstrayéndose del ruido de tiros, gritos y barricadas que llegaban a su ventana desde la Carrera de San Jerónimo. Era el verano del 1854 y Barbieri trabajaba en el segundo acto de Los diamantes de la corona. Escribía y componía. Al llegar a las palabras “un coche que parte”, según re- lata el propio artista, “estalló una asonada en Madrid”. “En la misma calle en que yo vi- vía andaban a tiros que era un contento”, prosigue Barbieri, “esto, como era natural, me distrajo de mi tarea, teniendo que apartarme de mi cuarto porque las balas daban en el balcón; yo sin embargo como tenía prisa en acabar mi obra, trataba de continuar, y en- tonces volvían a sonar tiros, de modo que ‘el coche que parte’ no llegaba a partir porque se había atascado en pólvora y balas”.
En septiembre, terminada la obra, en su primera representación, en el Teatro del Circo, precisamente al llegar a aquel mismo lugar del libreto, “un coche que parte”, algunos mú- sicos se perdieron. Barbieri, temiendo que toda la orquesta perdiera el hilo, golpeó la ho- jalata y mandó volver a empezar la pieza desde la primera nota, como en un ensayo, y sin perder en ningún momento la compostura.
Relata Barbieri que “aquel rasgo de serenidad no tuvo mal resultado, al contrario, el acto se terminó con felicidad”. En su recuerdo, haber logrado avanzar en una de sus zar- zuelas más famosas de la historia, aún a pesar de los tiros y las peleas de aquel Madrid que rugía por las ventanas de su casita entre Sol y Cortes.