Page 70 - I estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las Marianas y la cultura chamorra
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realizó un censo. En poco más de cuarenta años, la po- blación de las Marianas había disminuido en un 90 por ciento (Hezel, 2015: 79-81). Este cuasi exterminio de la población local fue una tragedia que se produjo reite- radamente en las tierras colonizadas por los españoles, donde los habitantes todavía no habían desarrollado inmunidad frente a las enfermedades que los colonos transmitían mediante el contacto sin darse cuenta.
3. El reasentamiento de los supervivientes
La población local, en su día desperdigada en peque- ñas aldeas por toda la isla, empezó a trasladarse a los pueblos principales ya en 1680, durante una breve tre- gua en las hostilidades. La reducción, una práctica ca- racterística de la administración de la España colonial en todo el mundo, no solo tenía por objeto proporcio- nar a los administradores y misioneros acceso inmedia- to a la población. También estaba pensada para ofrecer a los nativos la bendición de la cristiandad, una comu- nidad unida por la fe que llevaba a cabo celebraciones litúrgicas periódicas y ofrecía instrucción religiosa y el respaldo social necesario para afianzar la devoción de estos nuevos conversos.
La consolidación de la población chamorra super- viviente fue un proceso que se prolongaría durante medio siglo y que no concluiría hasta que el último habitante de Saipán se desplazó a Guam a comienzos de la década de 1730. A partir de entonces, las diez islas del norte del archipiélago permanecieron desha- bitadas durante más de un siglo, mientras que la totali- dad de la población se concentraba en Guam, la isla de mayor tamaño, así como en la isla cercana de Rota, en el extremo sur del arco insular. Guam estaba dividida en seis partidos, siendo cada uno de ellos una aldea reubicada junto con las tierras colindantes, mientras que en Rota solo había uno (Hezel, 2000: 27).
4. La vida en los pueblos
Cada pueblo constaba de una iglesia y una rectoría rodeada de un núcleo de viviendas, la mayoría cons- truidas con techumbres de nipa. Salvo Hagatna, que había sido designada como capital y dignificada con el título de ciudad, los pueblos tenían unos 200 o 300 ha- bitantes. Algunas de las casas que en su día se desper- digaban por las orillas ahora se habían reconstruido en
ordenadas hileras, y las calles se habían ensanchado y enderezado. Además de las casas y los cobertizos cer- canos que servían como cocinas, también había jun- to a la orilla algunas construcciones para guardar las canoas. Las casas de solteros que antaño había en la mayoría de las aldeas habían sido destruidas por in- sistencia de los misioneros, para quienes no eran más que guaridas de promiscuidad.
La población local era autosuficiente y subsistía, como lo había hecho siempre, gracias a la agricultura y la pesca. Pasaban mucho tiempo en las tierras de cultivo de sus ancestros –o, en el caso de aquellos reubicados a otras islas, en las tierras que los españoles les habían cedido–, cultivando arroz y taro, y otros tubérculos ha- bituales2. Sin embargo, ahora cultivaban también pro- ductos populares, como el maíz, introducido por los españoles, y los animales domésticos que criaban ahora incluían también gallinas, vacas y, especialmente, cara- baos. El carabao pasó a ser una característica distintiva de la vida en las aldeas de las Marianas, donde hasta la Segunda Guerra Mundial se utilizaría como bestia de carga y, a veces, como alimento en ocasiones especiales. En 1698, un misionero enumeró algunos de los alimen- tos que se vendían a los barcos españoles que recalaban en la isla: «cerdos, terneros, sandías, plátanos, piñas, bo- niatos y melones tan ricos como los de España» (Jesuita anónimo, 19 de septiembre de 1698, en Atienza y Hezel, 2021). Sin embargo, el tabaco enseguida se convirtió en la principal mercancía para la economía de la isla, así como la moneda de cambio más común, ya que toda la población, desde los más jóvenes hasta los mayores, adoptaron el hábito de fumar pipas y cigarros. «Por una hoja de tabaco», escribió un jesuita, «un hombre traba- jará todo el día» (Jesuita anónimo, 19 de septiembre de 1698, en Atienza y Hezel, 2021).
Además de sus labores tradicionales, las mujeres ahora dedicaban gran parte de su tiempo a tejer telas, muy demandadas para elaborar las sencillas prendas de ropa que vestían todos los habitantes de la isla. Aunque los sacerdotes imponían el uso de vestimenta, los aldea- nos prescindían de ella cuando no estaban en la iglesia o llevando a cabo alguna actividad religiosa. No obstante, la ropa resultaba de interés para algunos lugareños, que la utilizaban para adornar su cuerpo o para demostrar su devoción religiosa. Con el uso cada vez más frecuente
2 La práctica de visitar periódicamente estos terrenos, conocidos como lan- chu, para trabajarlos fue algo muy característico de la vida en la isla hasta tiempos modernos.
2 HUGUA. EL PERIODO COLONIAL
 






















































































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