Page 54 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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Por tradición familiar de servicio al Estado, el padre de Eduardo soñaba para su hijo un futuro en el Cuerpo Diplomático. Esto requería pasar, pre- viamente, por los estudios de Derecho, que fueron los que finalmente cursó, en la Universidad de Barcelona, tras despachar con 18 años la «mili» en Valladolid, cosa que hizo en un pispás gracias a un «enchufe» procurado por un amigo de su padre.
En las aulas y en el bar de Derecho, entre 1960 y 1965, Mendoza coin- cidió con otros estudiantes como Francesc de Carreras, Pere Gimferrer (su futuro editor) o Félix de Azúa, y con profesores como Manuel Jiménez de Parga. Fueron años de agitación social y política, en los que el futuro no- velista, sin abandonar su proverbial prudencia, participó en asambleas y asumió algunas responsabilidades, por ejemplo a la hora de tratar de paliar la ausencia de profesores como Jordi Solé Tura, que fueron represaliados y apartados de sus cargos.
En esos años universitarios, Mendoza participó en cenáculos literarios, donde se leían poemas y se charlaba sobre proyectos novelísticos o teatra- les. A esa época corresponden sus primeros trabajos remunerados como es- critor: novelitas románticas publicadas bajo seudónimo en una revista femenina; entrevistas con figuras del espectáculo aparecidas en revistas mu- sicales; colaboraciones en programas de radio, etcétera. Por aquel entonces, Eduardo inició también una obra de teatro y redactó una novela que ter- minó y mostró a varios editores, sin fortuna, y que años después, cuando ya era un autor de éxito, dio al fuego.
Mediados los años sesenta no eran habituales, ni siquiera entre los estu- diantes universitarios, los viajes al extranjero. Mendoza sí sentía gran cu- riosidad por lo que sucedía más allá de los Pirineos. Al poco de licenciarse, emprendió un largo periplo veraniego por las capitales europeas, con escala final en Praga, donde tuvo ocasión de saborear in situ el socialismo real. No le gustó (acaso, entre otros motivos, porque el autor ha tenido siempre en muy alta estima su libertad de movimientos para hacer lo que, en cada mo- mento, le place). Y así lo comunicó, a la vuelta, a sus amigos concienciados, que le reprocharon su apreciación.
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