Page 55 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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Tras un paréntesis de algo más de un año, entre 1965 y 1966, durante el que se empleó como pasante en un bufete laboralista barcelonés, Mendoza volvió a cruzar la frontera. Esta vez para instalarse con su amigo Ricardo Pérdigo, a lo largo de todo un año, en Londres. Le animaba un doble pro- pósito: aprender inglés y asistir como becario a cursos de sociología en la London School of Economics. Digamos que la parte de ese propósito que mejor satisfizo fue la primera. Las clases no las frecuentó. Desgranó buena parte de aquellos días en confortables bibliotecas públicas, donde alternó la lectura de escritores ingleses –allí escribiría alguna narración a la manera de D.H. Lawrence– con la de hispanistas e historiadores británicos. Lejos de su ciudad, gracias a la obra de tales autores, empezó a descubrir una his- toria menos sesgada y mucho más atractiva de Barcelona que la difundida por la historiografía franquista. Esas lecturas fueron una de las primeras semillas de su primer título, La verdad sobre el caso Savolta. «Allí empecé a concebir la idea –dice Mendoza– de escribir una novela que integrara los distintos asuntos que me interesaban: la reconstrucción de la vida de una sociedad en determinado momento, la realidad, la ficción, el poder, la mise- ria, por donde iban los tranvías, en fin, casi todo. Y fui haciendo acopio de materiales». El futuro novelista había hallado en los días convulsos previos a la Semana Trágica (1909) un período acogedor para su libro inaugural.
Londres fue para Mendoza todo un descubrimiento. Se enamoró de la ciudad. Era veinteañero y procedía de una Barcelona entonces mortecina. Londres, en cambio, era el «swinging London» de los años 60, el de las canciones de los Beatles y los Rolling Stones, el de la minifalda de Mary Quant, el del cine de arte y ensayo. Allí adquirió además un conocimiento de la lengua inglesa que sería determinante en su futura trayectoria.
La elaboración de aquella obra literaria fue muy lenta. Empezó a confi- gurarse en 1966 y no entraría en imprenta hasta nueve años después. Pero Mendoza fue aprovechando sus sucesivos episodios vitales para seguir do- cumentándose e ir dándole cuerpo. De regreso a Barcelona, en 1967, halló empleo en la compañía eléctrica Fecsa. Allí se integró, como documenta- lista, en el equipo jurídico encargado del litigio de la Barcelona Traction Light and Power, un caso de gran vuelo que enfrentaba a los gobiernos
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