Page 39 - El Capitán Trueno. Tras los pasos del héroe
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RASTROS, HUELLAS, MARCAS... 37
no extraña, aunque fasci-
na, saber que sabe que la
tierra es esférica, no asom-
bra verlo volcado sobre una
mesa haciendo complica-
dos cálculos, aritméticos y
geométricos, o hablar so-
bre ciertos principios de la
electricidad, de astronomía
(y frente o contra astrolo-
gía, judiciaria o no) o so-
bre paleontología y sobre
antiguas, y «modernas»,
civilizaciones, sobre arte y
arquitectura, mecánica y
construcción. Un elenco de
saberes que, también, forjan
actitud: no solo tolerante,
sino dispuesta a aceptar, y
agradecer, aportaciones de
culturas ajenas, siempre que
respeten los principios de una universal (y elemental) justicia. Que hoy esa pretensión de universalidad despertase objeciones no es algo que se deba considerar aquí.
El vigoroso personaje del Capitán, el héroe, domina toda la serie. Es, efectivamente, el centro de una trama de relaciones que se va complicando y ampliando a lo largo de las muchas páginas de actividad: conocidos, amigos, enemigos que devienen amigos, entrañables aliados que mueren, perversos adversarios, crueles y ruines, que se abisman y reaparecen, otros que fallecen en acto de servicio a la causa... de la injusticia y el abuso. Todos ellos, independientemente de su nivel intelectual y de su catadura moral, conforman una constelación de caracteres extraordinaria (no se quiere decir con ello que todos estén igualmente logrados). Pero es cierto que la compañía permanente de Trueno, la que ya se muestra casi establecida en el primer cuaderno y se empieza a completar en el cuarto con la aparición –tremenda– de la (todavía no) reina Sigrid, es uno de los elementos destacables del relato. La propia Sigrid –hija de un pirata e hija de reyes, valiente hasta la temeridad por educación y reina por derecho sucesorio– es la bella prometida del Capitán. Pero una mujer que muestra su carácter a la vez que su belleza (siempre: pero con distinta intensidad en función de los –decrecientes– grados de censura). Y que exhibe destreza y sagacidad en la lucha: tanta como sabiduría y prudencia en las tareas de gobierno. Y amor, y fideli- dad, y confianza (no exenta de celos), y lealtad: sus desvíos o desvaríos (adecuados para el desarrollo de la historia), como los de Trueno, se deben, claro está, a esas irrupciones malignas literalmente sobrecogedoras: fuerza hipnótica, pócimas, brebajes o ungüentos. Todo lo que borra el carácter, lo que aniquila voluntad e inteligencia. Solo permanece la (en este caso bella) apariencia.
 Original de Ambrós para «Al borde de la muerte», 1959










































































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