Page 98 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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Museos arqueológicos, 1960-2010 :
la experiencia de la orfandad Luis Grau Lobo. Director del Museo de León
Como puede suponerse, com- pendiar en tan breve espacio quizás el medio siglo más verti-
ginoso y profuso de la museística ar- queológica española resulta arduo, sino irrealizable, más teniendo en cuenta que primero habría que definir qué entendemos hoy por tal. Esqui- vando este espinoso asunto y aquella crónica imposible, ensayaremos una periodización que permita otear ese panorama, aun con el lógico riesgo de que no sirva a todos y en todo momen- to, pero sí lo haga en casos suficientes.
Con más de siglo y medio de una biografía claroscura, marcada a hierro por su obstinación en amparar gran parte de nuestro legado histórico y pú- blico, los museos arqueológicos pro- vinciales disfrutaron de una promete- dora mocedad que la Guerra Civil desbarató, arrastrándolos a una tesitu- ra menesterosa durante toda la dicta- dura. En ese sentido, los sesenta y prin- cipios de los setenta supusieron una etapa de impasse, de agotamiento acompasado a los estertores del fran- quismo. Museos instalados precaria- mente en una ranciedad e inmovilismo que consolidaba su estatuto popular de lugares polvorientos y caducos, ex- ponían muestrarios tipológicos o reco- pilatorios de un saber, el arqueológico, al tiempo añejo y escasamente vincu- lado con corrientes museológicas re- novadoras, que ni estaban ni se las es- peraba. Bien es cierto, que algunos centros disfrutaron una relativa auto- nomía, ceñida a magros presupuestos, fiscalización caprichosa y frecuente arbitrariedad, y una intimidad con la lacónica actividad arqueológica que se llevaba a cabo en sus « demarcacio- nes ». En todo caso, las operaciones de aggiornamento fueron escasas y ado- lecieron de planificación tanto como
de reflexión museística, siendo esas exposiciones las más de las veces la presentación vitrificada dispuesta por un arqueólogo para sus colegas ar- queólogos ; para estudiantes de ar- queología en el mejor de los casos.
Por el contrario, durante los últi- mos setenta y los ochenta asistimos a una profunda « metamorfosis », al reco- nocimiento de una crisis de identidad y la construcción de un nuevo paradigma en los museos y en la arqueología, que cambió decisiva y permanentemente la idea que de estos centros y de esa acti- vidad se tiene. Ello coincidió, o más bien fueron fenómenos interferentes, con una descentralización profunda y acelerada que conformó un horizonte drásticamente distinto. A diferencia de otro tipo de museos, en este caso tales cambios incidieron determinantemen- te en las propuestas exhibitivas, por la mayor vinculación de la disciplina ar- queológica con la interpretación del territorio. La descentralización se fra- guó en dos niveles fundamentales : la crítica a la asimilación « nacionalista » del pasado remoto —aún con nuevas lecturas « identitarias »— y el cambio de gestión de los museos provinciales ( ar- queológicos, para entendernos ) junto a la proliferación de museísticas « de detalle » en municipios, enclaves, y un etcétera de varia condición, acelerado en la etapa siguiente.
En el primero de esos casos, el de los « provinciales », la palabra clave es « orfandad »: museos huérfanos de ma- dre y de padre. El padre perdido fue el Estado, merced a una transferencia competencial apresurada, sin modelo, sin desarrollo, sin objetivos, sin evalua- ción... Tales prisas, derivadas de una época efervescente y algo atolondra- da, trajeron como consecuencias des- amparo, precariedad, marginalidad y
disfunción para muchos de esos anti- guos museos, que, por ser de todos, ya no eran de nadie. Y la mamma morta ( fugada más bien ) fue la arqueología, aquel cordón umbilical con la tierra en que enraizaban. Este despojamiento competencial surgió de un viraje llama- do a considerar la arqueología como una instancia administrativa, comparti- mento estanco para nuevas normativas y pautas patrimoniales. La arqueología ya no era tanto una actividad científica llamada a nutrir los almacenes de los museos ( según aquel obsoleto plan- teamiento decimonónico ), sino una parcela de la herencia patrimonial con características peculiares. Los museos, en consecuencia, pasaron a compor- tarse como meros receptores, almace- nes cuya relación con los yacimientos se limitaba a una custodia precaria con limitaciones conceptuales evidentes y perversas. Los restos recuperados ar- queológicamente ( tal tautología defi- ne el patrimonio arqueológico ) no te- nían nada que ver con los museos arqueológicos hasta que la arqueología cesaba casi definitivamente. Una patri- monialización un tanto mostrenca, con escasa visión global y provecho ulte- rior, que ofrecía una imagen pública desacorde con la efervescente activi- dad de la disciplina.
Existieron, por supuesto, opcio- nes a ese modelo : museos ligados a la arqueología, por ejemplo, definidos a la manera malrauxiana, no como un edifi- cio aislado, sino como una idea abierta a múltiples formulaciones ( museos lo- cales, de yacimiento, in situ, centros de interpretación, subsuelos visitables...) que completasen los tratamientos ínte- gramente ; con su « retorno » museísti- co. Una arqueología inspirada desde los museos, acorde con un análisis pa- trimonial ( no circunstancial ) de los re-
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