Page 118 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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16 Egido León, Ángeles, Manuel Azaña, op. cit., pp. 132-134.
tica se presenta así nutrida de principios y reflexiones no espontáneas, de una mirada distante que reformula la propia acción política en la que se ve en- vuelto. Se aleja, pues, del político de oficio, es un intelectual en la política cuya práctica desarrolla desde la distancia y la introspección, cuando no des- de la propia ironía de quien se ve ajeno a la práctica que desenvuelve.
Manuel Azaña, republicano
La presencia de Azaña en el Partido Reformista, más allá de su legítima ambición personal de ser diputado en las Cortes, estuvo impregnada de esa aspiración de dignificar la política, de su desarrollo democrático a partir del Estado como ingrediente central en la transformación del país; esto es, la construcción de una nación democrática desde el Estado a partir de la de- puración de las instituciones y el desarrollo de un patriotismo cívico. A lo largo de una década vio esta fórmula inserta en el reformismo y todo le indicaba que el momento era el periodo de posguerra, con el triunfo de las naciones aliadas, para un gradual acceso al poder. Pero, una vez más, como había percibido en 1915, las directrices melquiadistas se alejaban del ima- ginario progresista de Azaña, que percibía una gran tibieza del partido a la hora de vindicar reformas más radicales. Cuando en 1922 el reformismo se inserta en el sistema con su participación en el Gobierno de concentración liberal, presidido por García Prieto, sus temores se ven cumplidos: el par- tido ya no es un factor de cambio, se ha visto sometido a las reglas del juego dinástico cuando el propio Romanones, bajo la presión de la Iglesia, frena el tímido cambio que representaba la exigencia reformista de garan- tizar la libertad de conciencia. La dimisión de Pedregal, ministro de Ha- cienda, no alteró los planteamientos de Melquíades Álvarez, que se mantu- vo como presidente del Parlamento. Con todo, vuelve a ser candidato reformista por Puente del Arzobispo, con resultado negativo.
De hecho, la brecha abierta entre la dirección del partido y la figura de Azaña no había hecho más que crecer desde 1918. Decepción, indignación, postergación, esa es la respuesta de un Azaña que busca, una vez más en su estancia en Francia desde octubre de 1919, nuevos estímulos. Allí se dis- tancia de la realidad española, pero al tiempo observa en directo la derrota de la izquierda francesa, lo que invalidaba los presupuestos optimistas de un Azaña que había volcado sus esperanzas políticas en los avances progre- sistas tras el triunfo aliado16. La respuesta habría de ser un alejamiento transitorio de la acción política, una reformulación de sus presupuestos sobre el liberalismo y el triunfo de la democracia y, una vez más, la recupe- ración de sus inquietudes periodísticas y literarias volcadas ahora a través de la revista La Pluma, primero, y de la dirección de España, desde enero de 1923, cuando sustituye a Luis Araquistáin. El mundo de la creación y la crítica literaria, y no menos el ensayo histórico, cubre por el momento la frustración de la acción política. Y de forma especial el fuerte impacto que le ocasionan los sucesos de Marruecos y la política colonial española.
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