Page 129 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Ya se ha recordado que no apreció las obras de Ortega y D’Ors, que coin- cidieron en desplegar dos ciclos ensayísticos de largo alcance temporal, con manifiesta voluntad de remover el ambiente intelectual español y de acusa- do carácter personal, pero que enseguida le parecieron a Azaña tan exhibi- cionistas como pedantes. Una nota de 1920, a la vista de los primeros to- mos de El espectador (1916), consignaba que “Ortega ha puesto al alcance de las damas y de los periodistas el vocabulario de la filosofía. Una cosa es pensar; otra, tener ocurrencias. Ortega enhebra ocurrencias. Iba a ser el genio tutelar de la España actual; lo que fue el apóstol Santiago en la Espa- ña antigua. Quédase en revistero de salones” (VII, 403). En septiembre de 1912 recordaba que le presentaron en París a Eugenio d’Ors, quien le dio una impresión de impostación (“han sido necesarias dos presentaciones para que se fije en mí”) que Azaña no solía soportar: “Es alto y corpulento. Habla en una voz muy tenue, sin mover los dientes ni los labios. Cuida mucho la manera de mirar, que procura hacer interesante, unas veces por su vaguedad soñadora, otras por su fijeza perçante” (I, 734). En 1920, pre- cisamente cuando el glosador catalán acababa de trasladar su Glosario a la lengua castellana, pensaba que “entre los escritores de nota, solo dos no pretenden mixtificar al público, valiéndose de que es ignorante: Unamuno y Valle-Inclán”. Y, como si la palabra “mixtificación” le atrajera automáti- camente una pulla, escribía a renglón seguido: “Si España fuese una colonia o país protegido, la metrópoli o el Estado protector nos enviaría por filóso- fo a Eugenio d’Ors” (VII, 404-405).
En este orden, prefería la buena literatura, hecha de cuidado estético y honestidad con el lector, profundamente conectada con algo de la sustancia nacional tal como él la entendía. Es inevitable pensar en Ramón Pérez de Ayala, con quien Azaña mantuvo una cercana relación durante buena par- te de su vida. Compartieron la educación en sendos internados religiosos (Ayala en los jesuitas) y la redacción de El jardín de los frailes seguramente tuvo en cuenta la novela AMDG (La vida en un colegio de jesuitas), que Ayala publicó en 1910. Ambos estuvieron afiliados al Partido Reformista, participaron en los entusiasmos aliadófilos de 1915 y luego en los inicios de la República, uno en la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República y otro al frente de Acción Republicana. Los diarios de Azaña lo citan varias veces como visitante asiduo de su despacho, aunque no parece que tuvieran intimidad, ni hay reciprocidad escrita (que yo conozca) en los textos de Pérez de Ayala. La destitución del presidente Alcalá-Zamora en abril de 1936 hizo que Ayala enviara desde Londres un desabrido telegrama a Azaña notificándole su dimisión irrevocable de la Embajada en el Reino Unido3.
Pero en cuestiones de talante y de estética eran dos seres bastante afines: en el último número de La Pluma (mayo de 1923), Azaña firmó con sus ini- ciales una reseña más que elogiosa de los relatos Luna de miel, luna de hiel y Los trabajos de Urbano y Simona, donde hay una fina apreciación de la
3 Friera Suárez, Florentino, Ramón Pérez de Ayala, testigo de su tiempo, Gijón, 1997, pp. 434-441.
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