Page 130 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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4 Los cuatro ensayos sobre la obra de Juan Valera están recogidos en la sec- ción “Divagaciones literarias”, en Pérez de Ayala, Ramón, Obras completas, Madrid, 1969, vol. IV, pp. 855-903. El compilador, José García Mercadal, no da referencia de lugar ni fecha de aparición, pero pa- rece que son más o menos coetáneos de las investigaciones de Azaña sobre Valera.
dimensión intelectual de su autor y un rotundo elogio de su prosa; no re- sulta descabellado pensar en que el reseñista hablaba también de lo que pretendía de la suya propia cuando subraya la “riqueza verbal nada común y la estructura discursiva y demostrativa de su mente” (II, 140). No menos significativo es que los dos admiraran a Juan Valera por muy parecidas ra- zones a las que ya he mencionado páginas atrás4.
Ambos coincidieron en su aprecio por el teatro de Galdós (al que Ayala consagró cuatro luminosos ensayos en su libro Las máscaras) y ambos con- sideraron también a Ramón del Valle-Inclán como un escritor excepcional, quizá el primero de España. De Azaña y Cipriano de Rivas Cherif fue la idea de consagrarle un número monográfico de la revista La Pluma, cuando todavía estaba reciente el año de 1920, annus mirabilis del escritor gallego que dio a conocer entonces Divinas palabras, Luces de bohemia, El pasajero y Farsa y licencia de la Reina castiza (esta última seriada en las páginas de La Pluma). Sin la obra de Valle-Inclán no se entendería El entremés del sereno (tan cercano al mundo de los esperpentos eróticos), como sin la lectura de las novelas de El ruedo ibérico no se explicaría la redacción de Fresdeval, que Azaña comenzó a escribir febrilmente en los días finales de 1930 y primeros de 1931, mientras esquivaba a la policía de la “dictablanda”. Y todavía volvió sobre ella en los azarosos días del exilio francés de 1939.
En su contribución a aquella entrega de La Pluma, “El secreto de Valle-In- clán”, Azaña escribió: “El personaje a quien Valle-Inclán ha transmitido su nombre y su figura es un semidiós movido por el afán de justicia absoluta [...]. Es un héroe desprovisto de misericordia que ha tirado muchas piedras porque estaba libre de pecado” (II, 137-139). Y en enero de 1936, ante su muerte, sus “Palabras ante Valle-Inclán” ratificarían con notable solemnidad la adjudicación de ese alto lugar: “Hubiera querido someter el mundo al orden inestable de su fantasía poética, solamente para que fuese más bello y, de resultas, un poco más justo” (V, 475-476).
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