Page 169 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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“Adagio ma non troppo”
Cantar el nuevo espíritu republicano requería una música nueva que se identificara con los tiempos modernos. La Marsellesa, el Himno de Riego o la misma Internacional y sus significados eran provisionales, tal como tras- lada el ministro Manuel Azaña a Capitanías Generales para que se publi- que, en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, como parte del regla- mento de honores del ejército español. Sin embargo, el Himno de Riego acabó siendo, de un modo extraoficial, el himno de la Segunda República, dado que el Canto rural no llegó a convencer, a pesar de que la prensa tras- lada el entusiasmo que supuso su estreno. Manuel Azaña era un melómano exigente, más allá de lo que, de un modo literal, solemos entender con tal término, que, en ciertos sectores, tiene un ligero sesgo negativo. Para él, la experiencia musical trascendía el gusto o la erudición, de la misma manera que su condición de intelectual y creador literario eran parte esencial de su manera de entender la acción política.
Consideraba que la música de un pueblo ha de sonar a su presente cimen- tado sobre su idiosincrasia, pero avanzando siempre hacia el porvenir al que aquella ayuda de un modo simbólico. En su propósito cívico, el presente había de serlo demócrata con todo lo que el concepto abarca. Como escri- be la filósofa María Zambrano, el orden democrático está más próximo al orden musical que al arquitectónico; en él, cada instrumento ha de sonar con voz propia dentro de ese ordenado fluir respetuoso que, como la mú- sica, significa necesidad del otro que no suena como tú para habitar el tiempo en conjunción. Hermosa imagen para definir qué significa hablar de Manuel Azaña melómano, del presidente que sabía que la democracia, y es de nuevo María Zambrano quien dicta, es ese régimen político en el que no solo está permitido ser persona, sino que es una obligación serlo. Porque “persona” es un término político, se expresa, pues, en el espacio de lo común, en la polis, cuando, “democráticamente”, la acción política bus- ca armonizar las diferencias dando cabida a la libertad. No cabe duda de que la educación y la cultura han de estar en el origen y en la meta, pues toda verdadera revolución siempre lo es en el espíritu.
En esa suerte de memorias de adolescencia novelada que el autor publica, en 1927, como libro y que titula El jardín de los frailes, encontramos a un joven Manuel Azaña estudiante en El Escorial. Paisaje e historia, naturale- za y cultura, tradición impuesta porque hay poco sitio en las aulas de su momento donde quepa la duda pública, la disidencia intelectual o el cues- tionamiento del canon estético. Algunos detalles del observador adolescen- te hacen que su pensamiento, sin embargo, desvele la grandeza que guardan las apariencias anodinas. Inserta en el estilo de la Bildungsroman europea, pero también en la tradición memorialística tan española, El jardín de los frailes comparte personajes y situaciones universales que, a su vez, ejempla- rizan el despertar del pensamiento crítico de un muchacho español de fi- nales del siglo xix al escuchar la melodía negada en las aulas claustrofóbicas
168 Marifé Santiago Bolaños






























































































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