Page 171 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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“Allegro assai”
Escribir con seudónimos –Martín Piñol, Salvador Rodrigo–, pues son mu- chos los otros que nos habitan y complementan. Y si bien es larga al respec- to la tradición, en su momento de cambios a velocidades inéditas las expe- riencias, vital y estéticamente distintas, que plantearán los complementarios de Antonio Machado o los heterónimos de Fernando Pessoa, responden a una necesidad semejante en Manuel Azaña. El escritor Azaña, el intelectual, el hombre de acción pública, lo sabe. Hay tanta vida que vivir, tantas calles del mundo que transitar, tanto que aprender y que compartir... Textos li- terarios, crítica teatral, revistas culturales donde colaborar o que iniciar... Ateneísta desde los comienzos del nuevo siglo; desde 1913, miembro de la junta directiva del Ateneo de Madrid con la primera encomienda de activar la biblioteca, corazón de cualquier lugar donde el saber se guarde, se expan- da, crezca el criterio, se democratice la excelencia.
En la imagen con que iniciábamos estas notas, Manuel Azaña era ya presi- dente de la prestigiosa institución, estaba acostumbrado a asistir a los con- ciertos del Teatro Real antes de su cierre, era socio de las más importantes iniciativas musicales de Madrid, era buen amigo de Óscar Esplá –miembro de la Junta Nacional de Música, cuyo funcionamiento no convencía al futuro presidente de la República– o de Pau Casals, a quien aplaudirá con entusiasmo en el Liceu barcelonés. Son ejemplos de futuro... La ocasión permite un tempo bastante rápido...
Antes, en 1911, una beca de la Junta para Ampliación de Estudios le per- mite residir un año en París, empaparse de la actividad cultural de la ciu- dad, creadora siempre de tendencia, escuchar en directo la música impre- sionista, la conjunción entre la tradición de un pasado próximo, clásico, y sus disidencias. Durante la Primera Guerra Mundial, será corresponsal en Francia e Italia, país este último que visitará en 1917 con Unamuno, Amé- rico Castro y Santiago Rusiñol. Es el año de la Revolución rusa, Europa en guerra, París añade a su título de capital de los exilios el de ser ya capi- tal de las vanguardias. Azaña es aliadófilo activo; las salas del Ateneo y sus colaboraciones para prensa dan cuenta de su constante alertar sobre el horror de la guerra, sobre la vergüenza humana que significa. Crítico con la reflexión que sobre el papel de España en el mundo hace la generación del 98 –lo que no impide, como vemos, esa visita a las trincheras con Unamuno–, forma parte de la conocida como “del 14”, al igual que el fi- lósofo José Ortega y Gasset, con quien iniciará un profundo ejercicio de pensamiento en torno al “problema de España” en términos de democracia parlamentaria.
Entre octubre de 1919 y abril de 1920, vuelve a vivir en París, en esta oca- sión con su gran amigo Cipriano de Rivas Cherif, quien se convierte en guía definitivo para las inquietudes y reflexiones escénicas y musicales de Manuel Azaña. Como enviado especial del diario El Fígaro, la lectura de las
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