Page 173 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Y la música, una vez más, es faro para la acción pública de Manuel Azaña, quien mantiene el pulso de su emoción en cada decisión y en cada crítica, no porque sea un “melómano empedernido como todos los déspotas”, en palabras de algunos de sus detractores, sino porque Azaña, hombre de cul- tura, nunca despreció la inteligencia popular ni pensó, como hacen todos los totalitarismos, sin excepción, que la grandeza cultural sea élite y, por tanto, haya que destruirla por “enemiga del pueblo” o, en el lado contrario, mantenerla como un privilegio de poder inaccesible para el pueblo. Halla- mos esa emoción musical de Manuel Azaña en su compromiso con la So- ciedad Nacional de Música, con la Filarmónica, en los debates con Salazar (atención a los estudios y comentarios de este a la obra de Falla), o con los hermanos Amós y Miguel Salvador (miembro fundador de la Sociedad Filarmónica de Madrid, vicepresidente del Consejo Nacional de Música), ambos ateneístas y compañeros políticos de Azaña y Rivas Cherif. La escu- chamos en las conversaciones con esa pléyade de ilustres profesores de la universidad española del momento, como Ortega, Zubiri, Morente, Cas- tillejo, Fernando de los Ríos (gran amigo de Falla, profesor de Lorca, y que llegará a ser ministro de Justicia del gabinete de Azaña), Asín Palacios o Julián Besteiro (será presidente de las Cortes Constituyentes desde 1931), con algunos de los cuales asiste a los conciertos sinfónicos donde pueden verlo, como excelente ejemplo, los estudiantes que también asistan a ellos. Es parte de su agenda vital, la que le lleva a ser crítico con un mal entendi- do casticismo nacionalista que rechaza la ópera anteponiendo la zarzuela y estableciendo una competencia que levanta fronteras defensivas, cuando la cultura, precisamente, está para abolirlas.
Como demostración de absoluta coherencia tiene que abordarse, entonces, la agenda de reformas educativas que pone en marcha, ya en los primeros meses de su responsabilidad política como presidente del Gobierno, para que la música, la danza y el teatro entrasen en la universidad española y se asentaran en ella, de hecho y de derecho, como una manifestación indis- pensable del conocimiento humano capaz de aportar peculiaridades enri- quecedoras al resto de las ciencias experimentales, la medicina, las leyes, la historia, la filosofía o la filología, cuyo lugar en el más alto rango de los estudios académicos no se cuestiona.
Manuel Azaña, un político culto, escritor, que gana el Premio Nacional de Literatura en 1926 con Vida de don Juan Valera, diplomático y hombre de cultura también, de cuyo viaje y estancia en Rusia da cuenta, princi- palmente, el texto de Azaña. Un político tomando decisiones que preten- dían cambiar el cariz de los acontecimientos allegro assai, bastante depri- sa, que en las recepciones políticas oficiales “regalaba” conciertos a sus invitados y era capaz de departir de igual a igual con Édouard Herriot, jefe de Gobierno francés, escritor, con quien Manuel Azaña compartía, además, pasión musical, dado que Herriot es el autor de la icónica Vie de Beethoven.
172 Marifé Santiago Bolaños































































































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