Page 238 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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2 Sobre la figura de Jean Herbette, Denéchère, Yves, Jean Herbette (1789-1960). Journaliste et ambassa- deur, París, Direction des Archives. Ministère des Affaires étrangères, 2003. Para las relaciones con Francia en este periodo, del mismo autor, La politique espagnole de la France de 1931 à 1936. Une pratique française de rapports inégaux, París, L’Harmat- tan, 1999.
3 Madariaga, Salvador de, Memorias (1921-1936). Amanecer sin medio- día, Madrid, Espasa-Calpe, 1977 [primera edición, 1974], pp. 364- 373.
4 Azaña, Manuel, Obras completas, edición de Santos Juliá, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, vol. 3, ano- tación de 8 de septiembre de 1932, pp. 1085-1088.
cuadernos robados de sus Memorias que, como es sabido, permanecieron en poder de la familia Franco hasta diciembre de 1996.
En su momento, sin embargo, la visita no pasó en absoluto desapercibida, ni en España ni en Europa. Aunque se preparó con demasiada urgencia y sin excesiva reflexión, los objetivos franceses eran esencialmente societarios. Francia no pasaba por su mejor momento: había tenido que ceder en el tema de las reparaciones con Alemania en la conferencia de Lausana, sus reivindicaciones en la Conferencia de Desarme estaban estancadas y no había logrado llegar a un acuerdo con Italia. La República española, por su parte, acababa de salir indemne de un golpe militar, el de Sanjurjo en agos- to de 1932, pero los disidentes monárquicos, con el exrey a la cabeza, se- guían conspirando al otro lado de la frontera sin que las autoridades fran- cesas parecieran poner especial empeño en evitarlo.
La iniciativa partió de Francia, especialmente de su embajador, Jean Herbe- tte, gran admirador de Azaña y firmemente convencido de que Francia no debía desperdiciar la ocasión de estrechar lazos con España, dada la francofi- lia reconocida de su primer ministro y los signos de aparente confluencia con Francia. Cuando se proclamó la República en España, el referente francés quedó claramente en evidencia. Las Cortes se reunieron un 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, y el gorro frigio que coronaba la imagen de la Ma- rianne, símbolo de los valores de la Revolución francesa, se consolidó como emblema de la joven república española. Tampoco en Francia pasó desaper- cibido que el nuevo régimen republicano español se apoyaba simbólicamen- te en su hermana mayor, la República francesa, y el nuevo embajador Jean Herbette no dejó de recalcárselo de manera reiterada a sus superiores del Quai d’Orsay, subrayando la ocasión para limar asperezas con España, dada la buena disposición de los nuevos dirigentes de la vida política española y, singularmente, del nuevo jefe del Gobierno, Manuel Azaña2.
Salvador de Madariaga, que se la atribuyó en sus Memorias, tampoco dejó pasar la ocasión3. España vivía un momento dulce en Ginebra, en buena medida gracias a los buenos oficios de su representante, que, a la sazón, simultaneaba el cargo con el de embajador de España en París: podía apro- vecharse la coyuntura para solventar algunas de las cuestiones pendientes con Francia, a saber, la delimitación del protectorado marroquí, la revisión del régimen pactado en el Estatuto de Tánger, próximo a renovarse, la si- tuación de los obreros españoles en Francia, la política de contingentes francesa que atentaba contra los intereses de las exportaciones españolas y la actividad de los conspiradores monárquicos al otro lado de la frontera. Puesto que era Francia la que solicitaba el concurso de España, ¿por qué no aprovecharlo? Un planteamiento tan aparentemente sencillo, incluso un poco pueril, no pudo por menos que chocar con la lucidez y austeridad de Azaña, que no confiaba en exceso en la candidez de su representante en Ginebra, a quien además acusó frecuentemente de “ligereza”4.
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